Un arte que baja del cielo a la tierra
Tocar con las manos la memoria de su pueblo, así podríamos resumir la experiencia que tuvo Laura Camila Dorado cuando tuvo la oportunidad de entrar en contacto con la arcilla y, a través de ella, reconocer la herencia ancestral que reposa en la elaboración de la cerámica, una labor que hace parte de la identidad histórica de los huilenses y que, a través de sus palabras, nos invita a recorrer.
Por: Laura Camila Dorado
Corregimiento de Charguayaco (Pitalito - Huila)
Biblioteca Rural Itinerante Peñas Blancas de Charguayaco
Esta crónica se extrae del libro Voces de Charguayaco, que surge del proyecto Sembrando lectores para cosechar escritores, en Pitalito-Huila. Para conocer la experiencia completa, observa el siguiente video:
Por Laura Camila Dorado
Pitalito, Huila
Mientras estaba sentada moldeando la arcilla me preguntaba por las sensaciones que viajaban por mis manos, si aquello que sentía en esos momentos ya antes lo habían sentido nuestros indígenas, si sería esto un pasatiempo para ellos o una profesión de vida, ya que la orfebrería es una constante en todas las civilizaciones antiguas de la humanidad.
Ella, una mujer encantadora, llena de historias, una persona muy reconocida a nivel nacional, humilde en su conocimiento, logró por medio de unas frases que las palabras se convirtieran en magia. Pensé que ese día tendríamos una clase común y corriente, pero la rutina cambió cuando ella entró por la puerta de nuestra aula de clases, pues por mi mente no pasaba jamás tener a Cecilia Vargas en mi colegio y mucho menos frente a mí; mientras ella nos hablaba de historia acerca del origen de la cerámica nos propuso el primer ejercicio y era hacer un animal cualquiera y nos dijo: “la forma de las figuras la das con la yema de tus dedos”. Y así fue.
Haciendo la primera figura llegaron muchas imágenes de mi infancia. Recordé estar jugando con mi hermana y mi tía a moldear ollas o arepas. Eran tantos recuerdos encontrados que viajaban en mi mente, que era inevitable que una sonrisa se dibujara en mi rostro. Cuando ella pasó por mi mesa hablándonos y mostrándonos aquellas jarras y ollas en unos folletos, me sorprendí de la gran cantidad de información que tenía doña Cecilia acerca de la cerámica: era como una historiadora del arte. Aquello era increíble y me llenaba de emoción, ya que el barro hace parte de mi historia y de la historia de mi región.
Uno de mis compañeros le hizo una pregunta: “¿Aproximadamente cuántos años lleva trabajando la arcilla?”. Nos quedamos en silencio y ella contestó: “la arcilla la llevo en mi sangre, la trabajo desde pequeña ya que es la herencia que mi madre nos ha dejado a mí y a mis hermanos; todos trabajamos la arcilla, cada uno hace cosas diferentes y la mía por ejemplo es la chiva”.
Fue interesante su respuesta pues ninguno la esperaba; pensábamos que era una labor aprendida en un instituto o una universidad, pero no, es una labor heredada desde la maternidad, de la raíz ancestral que nos une con la antigüedad. A medida que iba charlando pasaba por cada uno de nuestros puestos, y a pesar de que nosotros no éramos expertos en el arte, ella se sorprendía con cada imagen que hacíamos, nos daba consejos para que saliera mejor, se reía y con algunos habló largamente. Mis compañeros y yo sabíamos que estaba feliz compartiendo su conocimiento con nosotros.
El último trabajo que nos asignó fue dejar volar nuestra imaginación, es decir, construir lo que nuestros sentidos quisieran. Entonces escogí hacer una jarra, puesto que es una figura representativa y permanente en el arte de nuestros antepasados; mientras tanto, ella agradecía nuestra atención y aquella ancheta de frutos de nuestro corregimiento que habíamos reunido con mis compañeros y que días atrás mi profesora le había llevado. En este pequeño detalle iba enmarcada una parte de la identidad de nuestras fincas.
Está fue una experiencia muy gratificante: aprendí y reflexioné que arte no sólo es lo que se encuentra en las grandes galerías del mundo o en cuadros famosos en museos, sino que también es plasmar con nuestras manos las sensaciones que vivimos; arte es reconocer el trabajo que hacen los demás sin importar el grado de difusión que tenga en nuestro contexto; es reconocer lo de nosotros, lo de nuestra tierra y valorar lo que nos rodea. Debemos bajar el arte del cielo a la tierra y volver al barro de donde provenimos, de nuestros orígenes: unas raíces que se resisten a ser olvidadas y que gracias a personas como doña Cecilia no se quedan en el olvido.