El Nuevo Mundo: encuentros que redefinieron el universo
"Hallé que el mundo no era redondo en la forma que escriben... [sino en] forma de una pera… como quien tiene una pelota muy redonda y en un lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta y más propincua al cielo... Creo que allí… es el Paraíso terrenal, adonde no puede llegar nadie”.
Cristóbal Colón
El siglo XVI se caracterizó por encuentros y choques entre diferentes culturas. Desde la primera travesía de Colón hacia el Atlántico, sociedades antes apartadas y desconocidas entre sí entraron en contacto y pusieron a prueba sus visiones del mundo. Por ello, la manera como las sociedades del Viejo y del Nuevo Mundo concebían el globo terrestre y cómo lo plasmaban en mapas atravesaron grandes transformaciones en este periodo.
Actualmente, los libros escolares nos cuentan que en el siglo XV había un consenso en torno a la forma cúbica de la tierra y que fue solo el visionario Cristóbal Colón quien, mientras observaba los barcos alejarse de la costa y desaparecer en el horizonte, comprendió que era esférica. Lo cierto es que en la mayoría de contextos intelectuales desde la antigüedad y a lo largo de la Edad Media el mundo se representaba como una esfera. Un ejemplo de ello son los mapas T, como el que elaboró Isidoro de Sevilla en el siglo XII, que incluían las tres partes del mundo conocido por los europeos: Europa, Asia y África.
Algunos mapas partían de una concepción cristiana en la que Jerusalén usualmente se ubicaba en el centro del mundo y Europa en la parte superior. Sin embargo, esta representación no solo se limitaba al mundo cristiano, ya que los mapas islámicos del mismo periodo seguían el esquema general en el que esa gran masa terrestre estaba rodeada por océanos. El Atlántico era un borde, un límite, una barrera que cerraba y marcaba el fin del mundo conocido.
A esta geografia cristiana se sobreponía una geografía humana que clasificaba el mundo en cinco zonas. En los extremos norte y sur se ubicaban dos polos frígidos, seguidos por dos zonas templadas que estaban separadas por una zona tórrida flameante en el medio que, junto a los polos, se concebían inhabitables e inhóspitas —por lo que solo las dos zonas templadas se consideraban aptas para ser habitadas—. En la zona templada del norte se ubicaba Europa y la del sur era conocida como las Antípodas —término que significaba “pies al revés”—, donde se pensaba que vivían una serie de sociedades maravillosas y monstruosas; entre ellas, hombres con cara de perro (conocidos como cinocéfalos) o valientes guerreras como las amazonas.
Estos fueron el contexto intelectual y las nociones geográficas con las que zarpó Colón al occidente. Sus concepciones estaban fuertemente ancladas en la cosmología cristiana y nunca se separó de ella. En un principio, salió en busca de Cipango (actual Japón), pues la motivación principal de sus viajes siempre consistió en reunir recursos para una nueva cruzada que permitiera recuperar Jerusalén para el cristianismo. Cuando Colón creyó llegar a Oriente, relató haber visto sirenas y cinocéfalos, y lo consideró como el paraíso terrenal. En ese mundo en expansión, los límites entre ficción y realidad se volvían borrosos. De hecho, estos imaginarios dejaron huellas indelebles en la toponimia del Nuevo Mundo. Las Californias en el imaginario geográfico medieval eran unas islas pobladas exclusivamente por poderosas mujeres guerreras llamadas amazonas. De este mito se desprenden los nombres actuales de la Amazonia y de California. También la Patagonia es llamada así por pensarse que era una tierra poblada por gigantes.
En ese mundo en expansión, los límites entre ficción y realidad se volvían borrosos
Una de las principales preocupaciones de los reyes de Castilla en las décadas siguientes fue transformar esa terra incognita, plagada de figuras míticas, en una tierra conocida, marcada por la posesión imperial. Esto implicó el desarrollo de instituciones y procedimientos que permitieron sistematizar el conocimiento recogido en las exploraciones de campo que tuvieron lugar a lo largo y ancho del globo. Cargos como el cosmógrafo real e instituciones como la Casa de la Contratación se enfrentaron a esta tarea —esta última desarrolló un proyecto conocido como el Padrón Real, un mapa que resumió y compiló todo el conocimiento hasta entonces adquirido y que sirvió como modelo de navegación—.
Por otra parte, Juan López de Velasco —nombrado cosmógrafo real en 1571— desarrolló una serie de cuestionarios que se conocen como Relaciones Geográficas y los envió a los oficiales reales del imperio para que describieran los asentamientos y las localidades en donde trabajaban. Las respuestas distaron de ser homogéneas y se basaron en buena medida en conocimientos indígenas del medio. Este proyecto dejó unas manifestaciones cartográficas híbridas que mezclaban elementos indígenas y europeos. Eran unos mapas extremadamente ricos y valiosos en los que autoridades indígenas trataban de plasmar sus ambientes naturales y sociales con base en los cuestionarios imperiales. Los nuevos géneros que surgían en los cruces entre tradiciones pictóricas y cartográficas indígenas y europeas mostraban cómo las innovaciones cartográficas del siglo XVI no se podían entender únicamente a partir de sus coordenadas europeas, sino en el contacto entre diferentes sociedades de todo el globo.
Los proyectos de recopilación de conocimiento liderados por la Casa de Contratación y el cosmógrafo real se convirtieron en una especie de “ciencia secreta”, en la que el conocimiento cartográfico se guardaba con celo: se cuidaba, se resguardaba, se monitoreaba y se censuraba para que no llegara a manos de las otras potencias imperiales. Asimismo, los instrumentos de medición utilizados por los navegantes fueron claves para la movilización atlántica y para la confección de artefactos cartográficos como el cuadrante y la brújula, entre otros. El conocimiento estaba directamente relacionado con la posesión y la construcción de imperios, y los mapas eran un espacio para delimitar y exhibir los territorios imperiales —para incluir los nuevos espacios dentro de las formaciones políticas del Viejo Mundo—. Un ejemplo importante de este proceso de codificar y regular el dominio del Atlántico consiste en el Tratado de Tordesillas, en el cual el papa Alejandro VI emitió unas bulas para dividir las responsabilidades eclesiásticas de España y Portugal en sus exploraciones globales. Con este tratado, el papa demarcó con un meridiano los territorios no europeos que cada uno de estos imperios debía cristianizar. En los mapas del siglo XVI esta línea cambió de lugar, pero por lo general se utilizó para demarcar los límites entre los imperios portugués y español.
El conocimiento estaba directamente relacionado con la posesión y la construcción de imperios, y los mapas eran un espacio para delimitar y exhibir los territorios imperiales
Una representación distinta la propone el cartógrafo mestizo don Diego de la Torre —cacique del pueblo de Turmequé—, que atravesó el océano Atlántico, se entrevistó personalmente con el rey Felipe II y le entregó dos mapas del Nuevo Reino de Granada. En lugar de concentrarse en los asentamientos hispanos, como lo hace el de Nieto, estos mapas se enfocaron en los asentamientos indígenas, utilizando las convenciones hispanas para mostrar la vigencia y preponderancia de los indígenas que vivían como vasallos del rey.
A través de este recorrido podemos ver que la representación del mundo se transformó radicalmente en el siglo XVI, como parte de unos procesos de expansión que llevaron al encuentro entre grupos humanos que antes no tenían contacto entre sí, y que transformaron las ideas del mundo conocido y de los seres que lo habitaban. El mundo era otro, tanto para los europeos como para las sociedades del otro lado del Atlántico. En los siglos siguientes continuaría el proceso de transformación de la manera como se representaba el globo en el papel. Los criterios de representación se aplanarían cada vez más, reemplazando a los monstruos y figuras maravillosas por convenciones y tablas que permitían cuantificar y sistematizar el territorio.
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