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De soberanías, mapas y satélites. Un encuentro con Jaime Quintero Russi. Cartógrafo, geógrafo y artista

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Bogotá, diciembre de 2013. Jaime Quintero Russi nació en Tunja, Boyacá, y creció queriendo conocer Colombia. Muy joven se dio cuenta de la falta de información sobre el territorio colombiano y eso lo motivó a emprender un camino que lo ha llevado muy lejos, le permitió ser artista y cartógrafo de la National Geographic durante década y media y lo trajo de vuelta al origen.

A Quintero Russi le duele el país. Y le preocupa, entre otras muchas cosas, que el pasado y la memoria de los “taitas” queden sepultados bajo la avalancha de inversionistas extranjeros que se preocupan más por multiplicar sus capitales que por educar y aprovechar el talento humano de la generación actual de colombianos. “El paso de uno en la vida es muy corto” dice, “y el recuerdo de lo que se hizo también”. Su afán es transmitir conocimientos, difundir lo que sabe e intentar dejar una huella perdurable entre los colombianos.

Con motivo de la digitalización de diez mapas tridimensionales hechos a mano -que forman parte de su obra cartográfica- por parte del laboratorio de Conservación y digitalización de la Biblioteca Nacional, para el proyecto Mapoteca Digital, sostuvimos con él la conversación que ahora reproducimos.

¿Cuál es su profesión, maestro Jaime?

En Colombia inicié mi carrera en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y un día me llegó una carta en la que National Geographic me convocaba para trabajar con ellos. Me fui entonces para Estados Unidos y allí estudié cartografía y geografía. En Suiza y Alemania aprendí a pintar mapas a mano.

¿Y cómo se inició en la cartografía?

Precisamente por la falta de información, por la ausencia de mapas, me dije: “Quiero hacer algo nuevo”. En aquel entonces visité el instituto geográfico y me di cuenta que lo “nuevo” era “viejo”. Esa inquietud se mantuvo dentro de mí desde el primer momento.

¿Tan pocos mapas había…?

Había y sigue habiendo pocos. Agustín Codazzi murió con la frustración de no haber acabado la cartografía de Colombia. A punta de contratos del gobierno, Codazzi llegó a cartografiar la mitad del país, pero nunca alcanzó a completar la totalidad del territorio. Luego viene la era moderna y Colombia amanece sin satélite. Todos los vecinos tienen satélite menos Colombia, entonces a Colombia le tocó presentarse ante los vecinos con satélite para que le alquilaran la hora y le suministraran la información satelital necesaria para hacer su cartografía. Colombia paga por ese servicio. Entonces, otros toman las fotografías del país y le pasan la información a Colombia.

Es decir que no hacemos nuestros mapas…

Cuando comencé a estudiar cartografía en Estados Unidos me di cuenta que la información nacional de ese país se ha obtenido a punta de satélites y de guerras y es propia de la nación y está disponible para quienes quieran saber lo que son los Estados Unidos. Colombia no tiene su información completa. Por ejemplo, no conocemos el fondo de nuestro mar. En este momento estamos en una situación vergonzosa: no tenemos mapas de nuestro lecho marino. En los últimos 20 años hemos comprado la información sobre nuestro territorio a los vecinos. Eso es indigno. Además, se han visto casos en los que se publican mapas de hace dos décadas, con fecha actual, y se venden a la juventud de hoy. Eso da pie para que quienes tienen la información satelital, critiquen nuestros mapas.

Usted aprendió a proyectar los mapas en tercera dimensión y a pintarlos a mano, ¿cómo es eso?

Los mapas pintados a mano son rarísimos y muy necesarios hoy en día. Por ejemplo, los niños no entienden qué son las curvas de nivel (información técnica muy precisa que aparece en los mapas vista desde arriba, no en perspectiva), entonces, con un mapa dibujado se las mostramos en tercera dimensión. Para hacer esta clase de mapas se combinan las técnicas del arte, de la pintura, con las técnicas cartográficas matemáticas.

¿Cuál es la diferencia entre observar un mapa plano y uno en tercera dimensión?

El mapa plano nos da la idea de la dimensión de un país o de un continente y eso tiene uso en la parte política para poder repartir la tierra, digámoslo así. Nos permite hacer un inventario de los ríos, por ejemplo. Por su parte, el mapa tridimensional nos da la idea espacial. Cómo se puede aplicar la teoría de los límites hacia el espacio, o de los límites hacia el fondo del mar. En la actualidad, si miramos un mapa colombiano, vemos el mar Caribe y el Océano Pacífico como dos manchas azules, pero en realidad lo que hay debajo de ellos es un mundo de posibilidades de las que los colombianos somos dueños, pero ignorantes de ellas.

Los mapas son una representación del mundo físico ¿qué tan fieles son esas representaciones?

Hoy en día los satélites nos lo dan todo. Le revelan al hombre moderno los errores que nosotros los cartógrafos cometimos al hacer mapas con la punta de un teodolito cargado a lomo de burro, cuando se llegaba al territorio y se hacían las mediciones de la tierra siguiendo una triangulación. En aquel entonces un cartógrafo se paraba en un punto y gritaba a otro cartógrafo localizado a x distancia: “¡¿cuánto midió?!” El otro respondía: “¡cuatro kilómetros y dieciséis metros, muévase hacia la derecha!”. Así hicimos los mapas en el planeta tierra. Luego llegó el espíritu Santo, que era como llamábamos al satélite, y nos dijo desde arriba: “¡están equivocados en cien metros a la izquierda!”, pero ya la información la teníamos impresa en mapas. Y hoy encontramos errores en la cartografía nacional que les dejamos a los que vinieron. Errores que en la actualidad representan litigios. Entre Venezuela y Colombia, entre los mismos departamentos, por un río que se corrió veinte metros, por ejemplo.

¿Qué mapa es más exacto? ¿El plano o el tridimensional?

El mapa tridimensional nos abre los ojos a la exactitud y la medición de las formas de la tierra. Además, en ellos no solamente la percibimos tridimensionalmente, sino que la podemos medir. Pensemos en un mapa plano que esté usando el comandante de un batallón: sobre la mesa está el mapa y él dice: “miren, ¡aquí está Bogotá y aquí queda Buenaventura!”. Entre las dos hay 852 kilómetros, por decir algo. El comandante continúa: “venga para acá, capitán Rodríguez. ¿Cuánto se demora usted en caminar 852 kilómetros?” “A pie y a buen paso, me demoro una semana, mi comandante”. “Muy bien, Rodríguez, entonces salga ya para Buenaventura y dentro de ocho días espero verlo allá”. El comandante nunca le dijo a Rodríguez que entre las dos ciudades hay montañas y bajos y ríos. Lo que hay que medir es el perímetro de las subidas y las bajadas y resulta que ya no será una semana, sino dos meses de camino a pie.

¿Qué tanto influyen los movimientos sísmicos en la precisión de los mapas?

La tierra cambia todos los días. Hay movimientos que aparentemente no son importantes: los terremotos; un río que cambia de curso en invierno, por ejemplo, el Orinoco, que en verano se corre hacia Colombia y en invierno se mueve hacia Venezuela. Esos movimientos pueden percibirse levemente en períodos de ochenta, cien años, pero ya en quinientos años se perciben movimientos más grandes. Eso lo capta el satélite. La solución es tener la tecnología a mano para prever esos cambios y diseñar mejores mapas que sean incorporados a los planes de gobierno y los planes de desarrollo.

¿Considera que habría podido evitarse el conflicto con Nicaragua?

En este momento Colombia tiene la oportunidad de ponerle nombre a más de tres mil accidentes geográficos que están en el lecho marino. Si esto se hubiera hecho hace años, no habría conflicto ninguno porque se habría evitado legislar sobre el agua, que es lo que hacen hoy día. Legislan sobre el agua y el aire, pero pierden de vista que hay unos bancos de arena, unos valles, unas depresiones y una cantidad de accidentes geográficos sobre una plataforma continental que es sobre la que realmente se pueden establecer los límites.

¿Ha hecho usted esa clase de mapas del fondo del mar?

¡Claro! Hice un mapa del fondo del Caribe. En 1989 El Tiempo publicó un mapa mío en el que se muestra la plataforma continental colombiana en la costa Caribe. También hice el mapa con el que Estados Unidos y Canadá pudieron llegar a un acuerdo sobre sus diferencias sobre la jurisdicción pesquera y las aguas de Nueva Escocia. Es más, aquí tengo un mapa del aspecto sísmico del planeta tierra. ¿Qué hicimos en él? Configuramos el mapa del fondo del mar. Es decir; cómo está conformado el fondo de los mares, cuáles son los aspectos geofísicos, qué accidentes hay, cómo se forman los continentes, por donde fluye el magma. Si se observa bien, se entiende que el color rojo intenso y el color rosado y todas las tonalidades entre los dos significan las veces y la profundidad a la que aparecen presencias telúricas: los terremotos, los movimientos sísmicos. Ahí hicimos un inventario a punta de color sobre cuántas veces tiembla y en dónde.

Pero es una tarea descomunal…

¡Claro, pero no imposible! Vea, en el Caribe colombiano es preciso bautizar todo: póngale nombres honoríficos: que montañas Maruja, montañas Chucuchucu. Recuerde qué fue lo que hicieron los españoles cuando llegaron a estas tierras: “Oiga, señor Caribe, ¿cómo se llama esa montaña?” preguntaron a los pobladores, porque los españoles llegaron aquí y no sabían nada. “Esa montaña se llama chucuchucu”, póngale que les respondieron. Y ellos: “No, señor. De ahora en adelante esa montaña se va a llamar Sierra Nevada de Santa Marta”. “¿Y ese río?”. “Tucutucu”, les dijeron. “No, señor. De hoy en adelante se va a llamar Río de la Magdalena”.

Pero eso fue hace mucho tiempo, hoy ya no hay tierras vírgenes.

No es cierto. Ese territorio submarino está aún sin bautizar. Entonces, hablando de toponimia, tenemos la oportunidad de hacer un acto de posesión. Un acto de soberanía que va más allá de navegar sobre el mar. Mediante un mapa, es posible hacer soberanía nombrando esos accidentes, esas formas geográficas. Si eso queda escrito y dibujado, nadie va a poder llegar mañana a reclamar nada, porque la posesión ya está hecha. Para marcar el límite se recibe la ayuda del sol cuando está en el cénit y a partir de esa línea solar se les pide a los vecinos que nombren también los accidentes de su lado y solucionado el problema.

Quintero Russi es incansable. Sin importar la pregunta que se le haga, sus respuestas conducen a los mismos caminos, o a las mismas respuestas, que no son otras que sus más grandes preocupaciones: el territorio, la soberanía, la importancia de legar algo importante y útil para las nuevas generaciones de colombianos, la necesidad de legislar para ellos, para nosotros mismos, para Colombia.

 

Quintero Russi2.JPGMaestro Jaime, ¿en qué trabaja actualmente?

Estoy terminando un mural sobre la gesta de Antonio Nariño para la Gobernación de Cundinamarca. Se trata de un homenaje a su bicentenario y es una obra cuyo proceso es muy interesante, porque debemos traducir una vida y ponerla en un lienzo, con el telón de fondo de la geografía. Tiene 22 metros de largo por 5 de alto.

Allí mismo, en la Gobernación de Cundinamarca, hay otro mural de Quintero Russi. Se trata de un mapa tridimensional del departamento de 12 metros de largo por 5,5 metros de alto en el que pueden apreciarse los recursos hídricos. Al fondo, desde las montañas de Cundinamarca, se observa una imponente Sierra Nevada de Santa Marta y se adivina la desembocadura del río Magdalena bajo un cielo descubierto. Para pintarlo, Quintero Russi debió echar mano de un concepto matemático-artístico basado en la proyección cilíndrica de Mercator, que permite obtener una visión panorámica real de un casquete de la tierra.

Quintero Russi, con su conocimiento y sus preocupaciones, es prueba viviente de un tiempo en el que la tecnología gana cada vez más territorio y reduce las fronteras de los cartógrafos artistas. El satélite, que alguna vez llegó para ayudar a los cartógrafos, parece haberse vuelto contra ellos hasta barrerlos por completo. Sin embargo, la amplia variedad del verde que permite al observador percibir los accidentes en el territorio retratado con precisión artística por Quintero Russi, así como su calculada perspectiva matemática –aparentemente imposible para el ojo y la estatura humanas-, nos recuerdan que la mirada del hombre está cargada de emoción, creatividad e ingenio, algo que la fotografía de ningún satélite puede recrear.

Sergio Zapata León

Biblioteca Nacional