Proyecto TIC

Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá

José María Cordovez Moure
(2)

La N.N.

Daniel Jiménez Casas

(2)

La N.N.

Daniel Jiménez Casas

Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá

José María Cordovez Moure

BAILES

“Las muchachas, a la inversa de lo que hoy sucede, consultaban entre ellas la manera como irían de fiesta, y las amigas íntimas se consideraban obligadas a vestirse de una misma manera, como prueba de mucho cariño. Los trajes de señoritas eran de linón, muselina o lanilla medianamente escotados, siguiendo aquel precepto de «No tan calvo que se le vean los sesos»”.

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EL HOGAR DOMÉSTICO

“Las muchachas viajeras se habían forjado la ilusión de que las vieran salir en briosos y hermosos corceles en que lucirían sus elegantes trajes de montar, como entonces se llamaban: cuál sería su cruel desengaño al ver la esqueletada brigada de animales presentes, entre los que era raro el que tuviera completas las orejas o no careciera de un ojo con espinazos que eran una sola y asquerosa llaga, «desde la cruz hasta la fecha», como suele decirse”.

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POT POURRI

“En lo mejor de la diversión se hallaban cuando, en mala hora, una de las nadadoras empujó a otra a lo hondo del río, para impedir lo cual se agarró esta de la más cercana, esta de la otra, otra de la otra y así sucesivamente, hasta dar todas en lo profundo de las aguas, que no les permitían hacer pie, formándose un conglomerado de mujeres ahogándose a la vista de las que permanecían en la orilla sin poderlas favorecer”.

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“Bienvenido a Bogotá: Recomendaciones de seguridad durante su visita”. A Gloria Sofía Gaitán le hizo gracia que todavía se usara el viejo nombre de la ciudad en los letreros. Leyó una a una las recomendaciones mientras esperaba la en fila para cruzar el puesto de control. El procedimiento era sencillo: bajaba la ventanilla del carro, extendía su muñeca, la luz del lector se ponía verde si era autorizada, se levantaba la barrera y el policía a cargo le deseaba un feliz regreso a casa. Para los capitalinos este procedimiento era causa de muchas quejas. La revisión de identidad solo servía para prevenir que personas sin solicitudes aprobadas de entrada ingresaran a la ciudad. Para Sofía, el control era rutinario: su negocio la llevaba a viajar mucho por fuera de la ciudad.

Fue enorme su sorpresa cuando la luz del sensor brilló con un rojo intenso y el policía le indicó que permaneciera en el carro mientras le entregaba un papelito que decía “Bienvenido a la Región Capital Central: Señor visitante, por favor siga todas las instrucciones de los agentes de seguridad perimetral durante el proceso de identificación ciudadana”. Releyó la etiqueta una y otra vez hasta que los ojos se le nublaron y perdió el conocimiento.

Era jueves. Con extrañeza, Gloria Sofía levantó su teléfono fijo para contestar una llamada que muy seguramente venía de más allá del Cerramiento Urbano Perimetral. Era de Honda, Tolima. Querían concretar los acuerdos que habían realizado con el SENA de esa ciudad para recibir unos pasantes en su centro de adaptación a la vida en la ciudad. Ella les recordó el proceso protocolario para recibir “recién llegados” en la Región Capital Central: les enviaba un catálogo, los estudiantes escogían un programa, le pagaban en su cuenta de chip personal, ella enviaba un certificado de inscripción y los estudiantes solicitaban su permiso para ingresar a la ciudad.

A Gloria Sofía le gustaban las charlas cortas y puntuales, pero la asistente del director del SENA no paraba de hablarle sobre lo muy emocionada que estaba con la idea de confiarle el éxito de los pasantes a una capitalina. Mencionó las veces que ella había ido a la ciudad, a entierros y citas médicas, principalmente, y recordó todo lo que la había maravillado: los modernos edificios de cristal, los contadores de agua sincronizados con la cuenta bancaria de chip; de hecho, ella apenas recibía el suyo porque la Registraduría Nacional se había demorado con la transferencia de la información personal de su cédula al recién desempacado chip de coltán. Después la asistente le indicó a Sofía que los estudiantes trabajarían por seis meses en un prestigioso banco nacional, y que solo uno de ellos ya había estado antes en la capital. Justo cuando iba a colgar, la asistente le pidió, con especial insistencia, que se escribieran por correo electrónico “porque usted sabe que la comunicación es difícil cuando llueve por aquí”.

Tardó un rato en entender la conversación. En su mente daban vueltas las palabras “arroba”, “Gmail” y “archivo de PDF”. Eran rarezas que le recordaban a sus padres hablando de trabajo. Solo sabía usar digitalogramas y mensajes a chips personales.

“Debe ser porque son de provincia”, le dijo Agustín Fernando, su socio comercial de Cali. Gloria Sofía anotó cada una de las indicaciones de la asistente y las unió todas con una línea curva que parecía más una letra jota escrita en cursiva que una llave para agrupar información. Luego escribió “ojo, googlear”.

Este grupo especial de estudiantes —nunca recibía tantos en un solo taller— le enseñó a enviar correos electrónicos y a convertir su catálogo de Text-o-gram a Word XXI. Cuando oprimió “enviar” sus pensamientos sobre el atraso del país se esfumaron y comenzó a planear la visita preliminar al SENA de Honda, para conocer a los estudiantes en su entorno natural antes de enfrentarlos con la vida en la ciudad. Durante varios días Gloria Sofía se quejó de lo muy difícil que era su trabajo y del gran favor que le hacía al país educando a las personas que habían crecido con grandes necesidades por fuera de la Región Capital. Comentaba jocosamente “mandé a Julito, mi asistente, a cotizar perfumes al centro comercial cuando falló la conversión de archivos por cuarta vez, nunca he podido con la tecnología pero sí con las ventas”, y estallaba en risas.

Era sábado. Gloria Sofía salió temprano de su casa con un enterizo de tela vaporosa. Hubiera querido pasar el fin de semana en shorts, pero sabía que la imagen personal hablaba por sí misma. Se ajustó el cinturón de cuero y brillantes que entallaba su cintura al tiempo que se sentó en el carro lista para partir. Tomó la Avenida Longitudinal de Occidente, pasó por el Parque Los Humedales, donde iba a jugar golf y a comprar en el centro comercial Malecón del Río, giró a la derecha y salió en dirección a los cálidos valles del noroccidente cundinamarqués. Atrás quedaron los edificios de cristal y los trancones. Adelante estaban los negocios.

Pasadas las dos de la tarde cruzó el Puente Andrade, sin restricciones vehiculares desde que se inauguró el puente 4G Presidente Lleras para tráfico de carga. Bajó del carro y buscó un lugar donde encontrar una cerveza fría, muy fría: Brisas del Magdalena fue lo primero que vio. En medio del calor pensó que podría también abrir un centro de adaptación a la tierra caliente, pero cayó en cuenta de que la cerveza y la Coca-Cola ya habían llegado para quedarse y que sería muy difícil competir. Llamó a la asistente de la dirección del SENA y le pidió instrucciones para llegar a su cita. Después de varias confirmaciones y de volver a preguntarle la ruta a un taxista, Sofía llegó a la reunión, firmó todos los papeles y pasó inmediatamente al auditorio principal para conocer a los estudiantes.

En el camino jugó a imaginárselos: gordos, bajitos, pilos, recocheros, las características que nunca faltaban en un salón de clases. Se presentó a sí misma y al instituto, recordó los casos más exitosos y habló un poco sobre los cinco módulos del curso. El primero se llamaba “Los sentidos están de siesta: cómo manejar la inhibición olfativa en lugares públicos”. El siguiente “Sé quién eres: la asignación laboral según los cuatro géneros identitarios”. Luego venía “Water is money: finanzas personales a partir de la disponibilidad de agua”. El cuarto era “Deja hacer, deja ser: cómo convivir en una ciudad de edificios transparentes”. Cerraba “Federalismo y centralismo en la era de la incertidumbre territorial”, tema polémico, pero que manejó con mucha naturalidad y tacto.

La asistente del SENA había hecho una excelente labor al tomar el material que Gloria Sofía había enviado y convertirlo en una diapositiva de Power Point con transiciones y efectos de música. Nadie tuvo preguntas al final de la charla, por lo que Gloria Sofía animó a los estudiantes con bellas palabras y repartió un folleto de bienvenida a la ciudad. “Recuerden, muchos de ustedes quizás piensan en la Región Capital como la antigua Bogotá, pero ya verán que es mucho más que eso”.

Al salir del SENA buscó un hotel, tomó una ducha antes de dormir para quitarse el exceso de sudor y espantó de paso a los mosquitos que se habían ensañado con sus brazos. Estaba llena de ronchas y de marcas rojas que lavó cuidadosamente para no irritarse.

Era domingo. En una celda de paso, Gloria Sofía volvió en sí sin recordar cosa alguna. El chichón en su cabeza le picaba debajo del cuero cabelludo y no paraba de mirar de arriba abajo a sus otros dos compañeros, una pareja de morenos que hablaban en susurros. Acercó el chip insertado en su muñeca a sus labios: “llamar a papá”. Dos veces más repitió la orden, sin éxito.

“¿Papá? ¿Todavía tengo uno o ya moriría?”. Intentó seguir llamando a cuanto familiar creía tener, mamá, hermanos, padrinos, primos, mejores amigas, todo sin éxito, el chip solo respondía con estática. “¿Quién soy?” No paraba de hacerle esta y otras preguntas al policía que pasaba cada hora, quien al principio la tranquilizaba, pero ahora apenas la miraba de reojo.

Después de las rejas, más allá de la puerta del pequeño edificio que la retenía, Gloria Sofía alcanzó a ver aquel letrero que ahora le causaba espanto y nerviosisimo: “Bienvenido a Bogotá”.

Cuando le permitieron ducharse buscó rápidamente un espejo para ver quién era. ¿Cómo olvidarlo? Era María Francisco Cortés, una rivereña. Su talento eran los computadores y no dudó en usar su informática con aquella ingenua capitalina. No podía esperar la hora en la que cruzaría el perímetro y entraría a la ciudad de sus sueños. Solo hacía falta que los guardias la dejaran salir.