Proyecto TIC

Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá

José María Cordovez Moure
(6)

Matilde

Eduardo Garnica

(6)

Matilde

Eduardo Garnica

Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá

José María Cordovez Moure

LOS COLEGIOS Y LOS ESTUDIANTES

“Algunos afeminados se procuraban capuchas disformes, fabricadas con pieles de runcho, ratón o zorro, en bandolera llevaban la chácra de cuero curtido o de piel de gato, para guardar y llevar los libros y el recado de escribir. Esta figura estrafalaria quedaba velada de los hombros para abajo, con el prehistórico y clásico capote de calamaco de lana, de cuadros escoceses de todos los colores del arcoíris”.

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CORRIDA DE GALLOS

“Y lo que dejamos dicho que sucede en los arrabales de la capital es apenas pálido reflejo de lo que pasa en los demás puntos de la altiplanicie con las malditas corridas de gallos, en cuyas gazaperas se atropellan todas las leyes morales, sin consideración a las más triviales reglas de la decencia”.

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LAS FIESTAS DE TOROS

“En plaza se colocaba una tribuna para que se desahogara el amor patrio insultando a la madre España en todos los tonos conocidos, sin dejar un solo adjetivo injurioso que no se le aplicara con exagerada hipérbole: después de las dos de la tarde, hora en la que los oradores estaban como con vino, las peroratas pasaban del color castaño oscuro que ya tenían, para tomar el tinte de cielo rojo encendido”.

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A los escritores jóvenes nadie los cita.
Por eso deben citarse ellos a sí mismos.

Anónimo

Vas a prender tu cigarro y ves tu rostro en el cartel que está frente a ti. Es tu nombre y tu descripción: “Altoa, pechos grandes, piernas velludas, responde al nombre de Lino Javiera, no sabemos nada desde su desaparicion, si sabe algo de él comuníquese al 3003349605”.

–¡Consonafteilasacapunch! ¡Consonafteilasacapunch!

Dicen las voces en esa canción acelerada de la Irremediable sambumbia, banda que te gustaba, pero que desde que es tu sonido despertador te fastidia. Te paras para apagar el aparato que aún grita en su ritmo de house, repetitivo y poco diciente: “¡Consonaiftelasacapunch!”.

Lamentas la luz en el cuarto y de nuevo madrugas como si tuvieras algo que hacer. Pero recuerdas, esta vez tres minutos después de estar mirando a la gente abultada en las calles, que ya no tienes trabajo. Sí, eres un corrector ortográfico de letreros limosneros desempleado que se está quedando sin agua y que se preocupa, no tanto por no tenerla, sino por no querer hacer más nada para buscarla.

Te arreglas con calma para salir.

Desempleado y vestido desde hace un par de días vuelves a llenarte de gentes en las calles, te da la de fumar y buscas en tu bolsillo la cajetilla de cigarrillos para contarlos. Quedan cinco, te dices, y sacas uno para ponerlo en tu boca y buscar el encendedor en tu chaqueta. No está allí; haces cara de “lo dejé encima de la cama otra vez”. Recurres a la ‘reserva’, como le llamas a la cajita de fósforos que cargas en el bolsillo secreto de la derecha. Sacas la caja y ves con algo de inquietud que solo queda un fósforo. Vidrios en cercanía, el filo del edificio te dará raspadero para el final de tus candelas, te dará abrigo ante los soplidos del respirar estólido de las gentes que se funden con el tuyo, igual de repetitivo y anodino. Con dificultad te acercas, pasando contra codos, hombros, pies y ese puto sombrero señora, ¿quién mierdas usa sombrero hoy? Al fin llegas al lado escondido del edificio, raspas en uno de sus filos y el fósforo se prende, tu cara está inmóvil frente al vidrio, te quedas quietoa mirando mientras te saca del embeleso el quemón en los dedos, has perdido el fósforo, has perdido tu fuma y según el cartel amarillento te le has perdido a alguien, miras el anuncio con detenimiento.

¿Qué mierda es esto?, te dices y anotas el teléfono retiñendo el cuatro que quedó como un nueve y no sea que llames mal.

Lino Javiera, pechitos parados y piernas velludas, cara de “no puede ser”.

Te metes al tumulto de nuevo, esta vez para pasar a la acera de enfrente donde venden segundos de llamadas, piensas en que tienes poca agua y no te puedes demorar, llegas y unos diez o quince pasos antes de tomar el teléfono ves a ese hombre masculino, del tipo que a ti te gusta, ¡qué rico!, se te hace agua el pensamiento, te alcanza la salivación como para pagarle una cena y llevártelo a buena pieza a pasarla rico. Hace rato no estás con nadie y te molesta la idea de andar tan ganosoa, lo miras, reparas en su cuerpo, unos brazos gruesos y torneados, un cabello desordenado, unosetentayocho de estatura, pinta de intelectual. Te quedas reparando en lo que le harías, en lo que te endurece, mientras él, sin reparar en tu presencia, en tu cercanía, toma el único teléfono. Tienes todo el tiempo del mundo para insultar al destino poniéndole una cita o pegándole cartelitos con su cara seguida del texto: “se busca este destino cruel, este destino tan hijueputa”. Ya no te importan las vulgaridades, has perdido la posibilidad de llamada y no hay sitios cercanos para comunicarte con quien dejó el número que se te borra sudoroso en la mano izquierda.

No importa, te dices, y decides seguir disfrutando de la imagen del tipo este, tratar de hacerte notar con algún ademán que muestre lo ricoa que estás, juegas con tu pelo con la misma mano, agendatelefónicaizquierda, y te percatas de que buscando su atención este lanza su “Hola rica, todo bien, acabo de salir, así que tenemos más tiempo, mis tres libritas de amor”. Suenan tiernas sus palabras, pero no son más que vituperios a tus deseos, a todo lo que le decías en la mente, a ese “No importa, yo busco camello y te saco a vivir, papi”. Lo odias y lo quieres asesinar o al menos devolverle la saliva que te produjo con su podrida y deliciosa presencia en los vidrios de sus gafas de poeta visajoso. Te dices que no quieres ese teléfono, no quieres ni tocar el sitio donde estuvo puesto el imbécil y mientras piensas en ello veo la oportunidad de entrar en escena y te presto mi celular. Llame de aquí, te digo, y sin darme ni las gracias tomas el aparato y marcas.

–¿Aló?

–¿Aló, con quién? —dice la pelada que contesta.

–Habla Lino Javiera.

–¡Apareció! —grita—. ¡Jueputa! ¡Dios mío! ¡Apareció!

–¡Espere! ¡Oiga! ¡Venga! —dices tú, Lino, pero andan en el alboroto de tu aparición y no atienden tus palabras.

–Nos vemos en el parque La amistá en media hora.

–Oiga es que usted no piensa dejar de… —Te percatas de que han colgado y decides darme el teléfono y salir ya porque vas tarde.

Caminas rápido entre la gente para llegar a tiempo, subes por la abarrotada calle Bomberos, no hay posibilidad de detenerse, vas tarde y miras la hora, levantas la mirada y el hombre del cuchillo te lo arrima al pescuezo, es un aguante, uno de esos que se quedaron sin empleo y que les tocó ponerse a cambiar lo de otros por el agua que les falta, tú lo pensaste ser y ahora eres cliente, qué situación tan brava.

–Bájese de todo o loa mato —te dice el hombre acostumbrado a la indiferencia del tumulto y al trabajo con el chuzo.

–Voy apenas de tiempo —le dices.

–Entonces chúcele, ¡chúcele! —te responde guardando el cuchillo y simulando que te apuñala con sus dedos rectos en tu artificial y deseable culo. Se ríe a carcajadas y te deja tranquiloa por ser un gran admirador de las gentes puntuales.

Sigues caminando con afán, con todo el mundo a tu lado, contra la corriente y encorrientado con quien se dirija a igual sitio, caminas y ya vas llegando, vas cuatro minutos tarde, seis cuando llegas.

La pelada te mira y se lanza a abrazarte con la emoción de quien encuentra a quien buscaba.

–¡Lino Javiera! —grita y se abalanza a tus brazos mientras la frenas con las manos en su estómago de pelada sedentaria pero aguantona, la callas con un puño certero que la manda de nalgas contra el asfalto de la entrada del parque.

–¿Qué putas te pasa? —te dice con cara de “¿Qué putas te pasa?”.

Piensas en por qué no pueden verlo; desde este colgandejo de limpiador de vidrios yo sí lo veo, a mí que no me peguen carteles en mi sitio de trabajo, eres mi heroeína, vocación se debe tener para corregir a los que maldicen malescribiendo, para hacer lo que amas aún sin paga.

¡Desaparición lleva tilde en la o, imbécil! —le gritas luego del golpe para darle la espalda y volver a meterte en el tumulto.

Ella se queda confundida pensando en el dolor del golpe y en tu nueva desaparición, esta vez con tilde.