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Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá

José María Cordovez Moure
(3)

Rumores

David Cerero
neufares
(5)

Neúfares

Viviana Santos Dimaté

Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá

José María Cordovez Moure

BAILES

“Entonces no había garitos, ni en las botillerías se vendía brandy o ajenjo (bebidas que se creían buenas solamente para el gaznate de los ingleses); pero, en cambio, nuestros jóvenes pasaban las noches en diversiones honestas, gozaban de inalterable salud y contraían hábitos de cultura y gentileza que hicieron del cachaco bogotano un tipo encantador”.

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EL TERROR DE 1850 A 1851

“Cada casa de la ciudad se convirtió en una fortaleza y se adoptó la costumbre de los monjes del monasterio de San Sabas, en la Palestina. Las puertas de la calle no se abrían sino después de las siete de la mañana, previa la precaución de asomarse a los balcones y ventanas a fin de cerciorarse de que no había peligro inmediato de bandidos; las habitaciones estaban provistas de campanas, que se comunicaban con las casas vecinas, y durante la noche se oían por todas partes detonaciones de armas de fuego, disparadas para ahuyentar a los salteadores”.

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POT POURRI

“Cubrir la mollera quería decir dejar amontonar en la cabeza del niño el pelmazo de caspa repugnante que se forma sobre la parte superior del frontal, sin humedecerla ni asearla por ningún pretexto, porque antaño había la preocupación de preservar los sesos del frío, mediante aquella inmundicia, siguiendo el dicho de que «la cáscara guarda el palo»; en cuanto a los baños, solían dars e en agua tibia, pues se reputaba como un infanticidio sumergir a los niños en agua fría. Tan absurdo y antihigiénico proceder les daba el aspecto de figuras de cera sin animación, pálidos y marchitos, semejantes a plantas trasnochadas”.

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–¿Y Jalel? Me gusta Jalel.

–¿No te parece un poco kurdo? Además te he dicho que aún no sabemos su bio. No perdamos tiempo en buscar un nombre.

–Pero siempre podemos… redirigir su género indicativo.

–¡Za! ¡¿Qué estás diciendo?!

–No creo que sea tan malo. Te dije que nos anotáramos a selección. Siempre quise un hijo con cabellos color oro.

–No volvamos al mismo tema, Clara.

–Si quieres cambiar de tema podemos hablar sobre mudarnos de aquí. Sé que no quieres…

–¡Pensé que ya habíamos acordado que no es el mejor momento para eso! Sigo esperando un aumento en la planta, pero hoy día la dosis acuífera de ambos a duras penas nos alcanza para beber y comer.

–Pero no quiero vivir aquí cuando lleguen los calentanos. Tenemos que irnos de la periferia. ¡Al centro!

–¿El centro? ¡Za! Un ración de agua Nivel 2 como yo no alcanza a vivir en el centro. Bien lo sabes.

–Si hablaras con tus pas, tal vez…

–No me rebajaré a hablar con esos burócratas para mendigarles.

–Eres igual a ellos. No se te entiende la mitad de lo que dices.

–¡Za! No soy igual a mi padre.

–Marcus, ¿por qué eres así?

–No quiero hablar más del tema, Clara.

–¿No tienes miedo? Los bárbaros ya vienen. Tenemos que estar lejos de la periferia.

–Deja de creer en las patrañas de tus compañeros de la clínica. Son chismes. Además, ¿qué probabilidad hay de que la paz de 50 años se rompa?

–¿Probabilidades? Esto no es de hacer sumas. Es real. El procurador ya ha dicho que los federalistas no están bien con nosotros. Honda, Girardot, Ciudad llano: todos se están quejando.

–Falacias de ese procurador.

–No sé qué significa esa palabrota que acabas de decir, pero no son cuentos míos.

–¡Escucha, Clara! Yo también quisiera vivir en el centro. Pero nunca me darán un aumento en la fábrica.

–Los llegados hablan, Marcus. Muchos de ellos llegaron a las puertas huyendo de los federalistas. Cuentan historias terribles. ¡Son monstruos!

–¿Y tú les crees?

–¡Son hechos! La entrada de Zipaquirá está tacada porque los llegados se cuentan en chorradas. Los calentanos vienen, Marcus ¡Y tú quieres tener un hijo aquí en la periferia! El primer lugar al que llegarán.

–Claro que no quiero eso.

–Pues no parece.

–Rumores o no, no quiero tener un hijo en la periferia. Ni siquiera puedo caminar por la calle… la masa de personas, la falta de privacidad. No quiero esto para mi hijo.

–¿Y si es hombre masculino? ¿Quieres que tu hijo sea un tragamedias?

–¡Nunca! Mi hijo no será un guardia de entrada.

–Lo ves, Marcus. Sabes que esto es un botadero. Aquí solo será recolector y eso si sale apto.

–Jamás nos ayudarán.

–¿Por qué?

–Su orgullo.

–El mismo que tienes tú. Es su nieto. Si no lo haces antes de que nazca será muy tarde.

–Por qué siempre te doy la razón.

–¿A dónde vas?

–No me lo hagas más difícil.

***

–Bonito despacho.

–¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu última visita? Tantas maneras de comunicarte y tú ni una transmisión haces.

–Lo sé. Tú tampoco has sido el mejor padre.

–Marcus, algún día has de entender. Mi trabajo requiere mantener cierta imagen de prestigio.

–¿Imagen? ¿La imagen de un padre que niega a su hijo por ser mixto?

–El partido no ve con buenos ojos un dirigente con descendencia reprochable. Intenté redirigir tu género pero aún a los 5 años ya tenías ese pensamiento revolucionario. No dejaste que mis contactos…

–¡Za! No vine a hasta aquí para hablar de cómo intentaste lavar mi mente para mantener tu imagen. Vine a comunicarte algo.

–Siempre tan suave. Indicativo clásico de los tuyos. No entiendo cómo resultaste así.

–¿Así mixto? Como mínimo puedes decirlo.

–La familia de tu madre y la mía con larga ascendencia pura… Comunícame lo que quieres comunicarme y vete.

–Primero quiero saber si es cierto.

–¿Cierto? ¿De qué hablas?

–De los federalistas. Se dice que vienen hacia aquí.

–¿Quién ha dicho tal cosa?

–¿Acaso lo del centro nos creen tontos? Los admitidos son cada vez más. Llegan a chorradas cada uno más sediento que el otro. Están cerrando las puertas. Las noticias llegan de las zonas bajas y el partido aún no se ha pronunciado.

–Si, algo hay de cierto.

–¿Algo? ¿Qué tanto?

–Las ciudades bajas están molestas. Es todo.

–Eso no es novedad. Nos odian. Pero desde el 41 no se han atrevido a desafiar el poder de la ciudad región. ¿Por qué ahora?

–Por que no tienen sino tierra seca en el cerebro; por eso.

–¿Al partido no le importa?

–¿Por qué razón nos importaría una bandada de zarrapastrosos furiosos con unos pocos rifles de la era industrial? No se atreverán a acercarse ni a 20 kilómetros del muro.

–La vida en opulencia les impide ver que un hombre sediento es capaz de cualquier cosa. Incluso de marchar hacia una bestia descomunal que sabe que no podrá vencer.

–Ese es el punto. No nos pueden vencer.

–Cuanta seguridad.

–Marcus, son probabilidades. Haz cuántico contra pólvora. Ni David podría contra un Goliat armado con rifles cuánticos.

–Entonces no harán nada.

–¿Para qué quieres saber? Tú odias la política. Si me hubieras dejado ayudarte estarías a pocos años de liderar el partido.

–No quiero ser tú.

–Eso ya me lo has dejado claro en ocasiones anteriores. ¿Por qué ahora el repentino interés en asuntos de estado?

–Tendré un hijo.

–Pero… ¿Cómo?

–Cuándo un hombre ama una mujer y una mujer ama un hombre…

–Humor. Otro síntoma de debilidad de los tuyos.

–Aunque les cueste trabajo creerlo, en la periferia tenemos hijos. No poseemos como ustedes la privacidad debida para procrear, pero nos las arreglamos.

–¿Cómo perros? ¿Y con esa? ¿Cómo puedes vivir así? Sin privacidad. Sin espacio. Con una ración de agua que solo Dios sabrá qué contiene.

–No me quedaron muchas opciones una vez me desapareciste de los registros.

–Fue tu decisión. No te pedí que te fueras. Solo necesitaba acallar los rumores.

–No he venido a discutir el pasado.

–¿Quieres pedirme redención?

–No. Quiero otorgarle a mi hijo una mejor vida. Quiero que tenga registro.

–Aún tienes algo de mi elocuencia, pero no veo por qué habría de ayudarte después de tanta irreverencia.

–Tienes 112 años y ningún heredero de sangre.

–Ya veo... Puede que a pesar de sus padres mixtos mi nieto resulte genéticamente correcto. Sería un desperdicio en la periferia teniendo tan buen genoma.

–Puedes ser todo lo despectivo que quieras. Solo quiero sacarlo de la periferia.

–No importan mis palabras. Lo importante es que has tomado la decisión correcta al venir a verme. Puede que…

¡Uuuh, uuuuh! ¡Uuuh, uuuuh! ¡Uuuh, uuuuh!

El sonido grave irrumpió en la oficina del canciller. Una luz parpadeante color sangre atravesó las cortinas de satín. El videoreceptor se inició como por arte de magia en el centro de la sala donde antes solo había una mesa de centro. La imagen tridimensional mostraba dos pequeñas letras en color azul: Z1.

–¿Qué es eso? —preguntó Marcus, la voz en alto para hacerse escuchar. Con la mirada buscó los altavoces que emitían aquel ruido.

¡Uuuh, uuuuh!

–¡No puede ser! —soltó el canciller mientras se acercó a la imagen translucida que había aparecido entre él y su hijo—. ¿Acaso la sobra de aire les nubla la razón?

–¿A quiénes? ¿Qué es lo que pasa?

Marcus entendió que a pesar de que el sonido parecía provenir de las paredes de aquella oficina, pisos más abajo crecía la incertidumbre entre la masa de transeúntes. El estruendo, fuese lo que fuese, crecía a lo largo de toda la ciudad-región.

–Cl…cl…claro que tú no sabes qué es. Nadie aquí ha escuchado ese sonido en 50 años.

El canciller se desplomó de rodillas frente a la imagen. Su cara de palidez espectral mostraba síntomas de enfermedad, y la fragilidad en su voz revelaba más que desconcierto.

–¿Pero qué significa? —la actitud de su padre asustó a Marcus. Ver a un tipo orgulloso como él de rodillas era algo insólito. Su padre musitó entonces algo inaudible. Marcus le pegó el oído a la boca.

–Si…si…sirenas. Es la guerra.