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Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá

José María Cordovez Moure
(4)

Tras el cristal

Juan Dávila
tras el cristal
(4)

Tras el cristal

Juan Dávila

Reminiscencias escogidas de Santafé y Bogotá

José María Cordovez Moure

BAILES

“Bailar moderadamente, consultando las conveniencias sociales, sin olvidar el respeto debido a una señorita, que en esos momentos se confía a nuestra hidalguía, es bueno; bailar oprimiendo a la pareja como hace el boa constrictor, que ahoga la gacela que va a devorar, o hacer del baile un acto de preparación para comulgar al día siguiente, es malo”.

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ESPECTÁCULOS PÚBLICOS

“Cambiaron en absoluto los usos y costumbres de tiempos atrás establecidos para asistir a las diversiones y reuniones. Hoy se va en coche iluminado con linternas aunque los interesados habiten a media cuadra de distancia de la fiesta; las señoras van vestidas con tal lujo y buen gusto como si asistiesen a una función de gala en el teatro imperial de San Petersburgo. […] las tres filas de palcos repletas de mujeres bellísimas como son las colombianas, parecen tres guirnaldas de flores vivas que lanzan miradas eléctricas que eclipsan el brillo de los diamantes con que se adornan por tener el gusto de rivalizarlos y penetrar como dardos en el corazón de los cuitados cachacos que las contemplan desde la platea con ojos de codicia”.

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ARTES, CIENCIAS Y OFICIOS

“Pocas y rutineras fueron las artes y oficios que implantaron los españoles en la capital del Nuevo Reino de Granada, sin que esto bastara para que los inexpertos artífices y obreros se dieran el calificativo de maestros en el oficio que ejercían. Y esta propensión se transmitió sin escrúpulo hasta el presente, con la tendencia a perpetuarse, Dios sabe hasta cuándo; pero sin cuidarse los agraciados de merecer el título que se disciernen por obra y gracia de la costumbre”.

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Sé que es bendición de Dios vivir en una ciudad de edificios de cristal y escalarlos todos los días para mantener las jaula siempre visibles y seguras. Mi recompensa es lo que veo; lo que consigo guardarme en la cabeza.

Esta vez es una pareja. Cuarenta o cuarenta y cinco años. Están sentados en la sala y no necesitan decir nada para notar que se encuentran indispuestos.

Aplicaré más limpiador.

La tensión es tan fuerte que la bebé no puede hacer otra cosa que mirarlos. Ese tipo es un canalla, se le nota. No sabe tratar a las mujeres.

Restriego y restriego.

Ella es una mujer sufrida. No hace mucho. Debió salir del parto a trabajar de nuevo en su casa todo el día. Algún día se cansará y se irá con el plomero o con el vecino o con el primero que la trate un ápice mejor de lo que lo hace su marido.

Todavía no está lo suficientemente reluciente, falta alcanzar esa esquina.

Y esa bebé… esa bebé va a sufrir su adolescencia. El padre es un canalla y su madre estará lejos. Su padrastro será un plomero y su mamá extrañará las épocas en las que podía …

CRACK CRASH PLUM TAC TAC PLASH.

***

–¿Tres semanas completas?

–Sí, para que su brazo se recupere.

–¿Y mientras tanto qué quiere que haga?

Palpo la textura rugosa de la férula en mi brazo derecho.

–No lo sé. Disfrute de su incapacidad, cultive sus hobbies. ¿Ya conoce las causas del accidente?

–Sí. Una polea en mal estado.

Hobbies. Mi trabajo es precisamente mi afición. Si no salgo allá y limpio sus cristales y escucho sus historias y pongo mi mirada sobre ellos mientras elevo el arnés piso por piso entre rascacielos, no hay vida. No mi vida. Si no vivo a través de ellos no hay vida. Tres semanas no parece mucho tiempo.

Dejo de tocar la férula para intentar despedirme con un ademán extraño pero comprensible. Mi codo izquierdo tampoco se encuentra muy bien. Tendré que recluirme en mi ‘hogar’.

Siempre hay maneras de olvidarse del mundo y distraerse por completo. Para eso existe el entretenimiento de veinticuatro horas en Holo-cast. Para eso los realities noticiosos. Para eso el supremo deleite del amarillismo. Pero no es lo mismo. Sé que hay miles más como yo que disfrutan de estas historias. En cambio, suspendido en el arnés, soy espectador privilegiado.

Lo soy porque soy quien descifra la historia. Soy yo quien entiende lo que los demás viven y sabe lo que está por venir. Yo los veo y veo a través de ellos. Sin escucharlos leo sus labios. Si están de espaldas comprendo sus gestos. Si gritan, yo grito con ellos, desde el cielo. Si sufren, yo sufro. Si follan, de algún modo yo también follo. Comprendo sus vidas mientras las vivo. Las controlo en el aire. Será mejor apagar el monótono sistema de entretenimiento. No sirve para nada.

Igual podré recordar algunos días de trabajo.

Por ejemplo la golpiza que recibió aquel hombre del rascacielos del Sector 30 a manos de su hijo. La sangre que manchó el piso y la luz que se filtró por la transparencia y que tomó un tono rojizo en el piso de abajo, lo que permitió que el vecino notara la horrenda paliza y contactara a la policía ¡Magnífico! Los hombres subían por el edificio mientras veían arriba el cuerpo magullado del anciano… Pero no estoy ahí. Ya conozco el final de la historia. Ya conozco todos sus giros. Ya sé que los agentes le abrieron la boca al joven con un tambo, por simple diversión, y que el vecino daba gestos de afirmación con cada golpe que asestaban en esa mandíbula. No hay nada nuevo. No está la emoción de lo inesperado. No necesito jugar al detective y seguir las pistas para comprender el momento. Ya pasó.

Sin mí, sin tipos como yo, esta ciudad sería un caos. Soy vital. Soy el corazón y ellos la sangre que mancha la transparencia. Me gusta dejar todo claro y luminoso. Y si no estoy ahí ellos no podrán seguir siendo. ¿Si nadie conoce sus vidas, cómo podrán seguir viviendo? Sí, hay otros limpiadores de cristales en esta ciudad, pero la mayoría están ciegos. Completamente ciegos y además son idiotas. De los que tienen problemas. Todos y cada uno; o la mayoría. Pasan por los cristales y nunca miran al fondo. Pueden ver a la gente y los muebles y los sistemas de entretenimiento y si acaso deslumbrarse con un par de senos o con una buena comida que desearían estar comiendo, pero no son como yo. No saborean. No saben probar el alimento.

Dormiría si eso sirviera de algo, o si fuera posible. O si me bastara con ver a mis vecinos hacer lo mismo de siempre todos los días, me quedaría gustoso en este lugar estas tres semanas. O si pudiera salir y no perderme entre mares de gente. Si pudiera subir de nuevo lo haría. Y quedarme arriba por siempre, observando cómo todos se mueven y tropiezan y empujan y yo por encima de todos, satisfecho, pero sintiendo con todos y viviendo, desde arriba y algo lejos, lo que es tener los pies en la tierra.

No más. Me niego a esta férula. Seguramente debo tener otro arnés por acá guardado. Y sí, aquella cuerda está bien para subir unos cuatro o cinco pisos. Y un buen par de botas, con nanoagarre. Y el uniforme de la empresa con bioidentificación, para que nadie sospeche. Todo en una maleta. Eso es. Ya nadie podrá detenerme y nadie querrá hacerlo. ¿Quién no habría de querer sus vidrios límpios? Para esto he nacido.

Salgo de mi casa y cruzo directamente a uno de los tantos edificios que se encuentran al frente. Escojo uno al azar, porque me gusta no saber a dónde me dirijo. Presento mis credenciales y aduzco cambios imprevistos de horario. Procuro no mostrar mi brazo, escondido en el azul de mi uniforme. Mi rostro es de piedra. Si acaso, en el fondo, se puede notar la magnificencia de mi obra. No lo saben, pero yo lo sé.

Subo hasta el techo. En el borde cristalino paso la cuerda por una polea en buen estado y aseguro mi arnés al pantalón. Me resbalo a través de la superficie lisa. Me dejo caer de a pocos y llego hasta donde debo empezar mi jornada: la esquina superior derecha del 502. Saco el aplicador de líquido Instant Clean. Aplico desde el borde y dejo regar el líquido. Busco la tela ultraabsorbente de microfibras Instant Clean hecha para restregar con precisión. No está. Si bajo a lo mejor no podré volver a subir, levantaría sospecha y revisarían mis credenciales. Si me quedo acá, no podré limpiar el cristal. No importa. Nadie notará la mancha del líquido al secarse en el sol.

Esta vez son dos mujeres. Ambas apenas han de rozar la edad legal para vivir solas y sin embargo están ahí, juntas. Deben ser compañeras de cuarto y de estudio. Se debaten entre organizar el piso y hablar incesantemente de sus novios. Disfrutan de vivir solas y de ser jóvenes y de no preocuparse ni por sus cuerpos ni por el mañana. Pero… deciden salir. Salir y dejarme a mí sin mi historia. Malditas sean. El 501 no está lejos y puedo verlo desde aquí. Solo es cruzar desde esta esquina y mover mi pierna a la izquierda. Ya está.

No lo veía venir. Aquí hay un hombre. Aquí hay un hombre solo. Aquí hay un hombre solo y me está observando. Me ha estado observando un buen rato, se nota. Aquí hay un hombre echado en su sofá viendo cómo yo me meto en la vida de las personas. Él acaba de entrar a mi vida sin mi permiso. Eso… eso no está bien. Eso no es posible. Seguramente notó todo. Mi brazo, el líquido chorreando en el cristal contiguo; quizás me ha visto desde hace mucho tiempo y no me he dado cuenta. Quizás me conoce desde antes. Quizás me sigue por todas partes, se escabulle simplemente para verme y para conocer la historia del limpiavidrios chismoso…

Mierda.

No debe ser así. Yo no soy nadie para que me miren. Aquí no hay ninguna historia que contar y nadie debería conocerme. En esta ciudad nadie se fija en nada, yo soy el único que mira.

Yo soy quien mira.

Yo y solo yo soy quien mira. Yo soy…

CRACK CRASH PLUM TAC TAC PLASH.