La esmerada argumentación no cumplió su cometido. Por el contrario, aseguró el infortunio de Nariño y despertó aún más los resquemores de las autoridades virreinales, pues, a sus ojos, la
Defensa se constituía en una afrenta directa a la soberanía del Monarca, al Gobierno de sus ministros y a la cuidadosa filigrana de órdenes, jerarquías y privilegios modelada por casi trescientos años de dominio ibérico. El dictamen fiscal fue lapidario: la “defensa de Nariño es peor, más mala y perjudicial que el mismo papel”.
Después de considerar los “graves errores” doctrinales y los “perversos fines” de la
Defensa, los fiscales confirmaron su dictamen sobre la conducta criminal y maliciosa del santafereño:
La Audiencia que conoce el carácter y conducta de este reo infiere otras consecuencias, creyendo firmemente que por la impresión del papel procuró cuanto pudo de su parte propagar estas ideas para que a imitación de los franceses se sembrase en este Reino la discordia, la insubordinación, la independencia, la libertad. Si en el concepto de Nariño el papel no es malo, por eso quería que estos naturales se imbuyesen en su doctrina por medio de la imprenta.
El 28 de noviembre de 1795, se produjo la sentencia contra Nariño: diez años de prisión en África, confiscación de todos sus bienes (incluidos su taller de imprenta y su biblioteca) y su destierro de
América. Espinosa, su impresor, fue condenado a servir en las fábricas de Cartagena por tres años, a destierro perpetuo de la capital y fue inhabilitado para ejercer su oficio. Ricaurte, quien suscribió la
Defensa de Nariño como abogado, fue juzgado y sentenciado por defender a Nariño y murió tras diez años de prisión en las mazmorras de Cartagena.
Para que no quedara rastro alguno de la osadía de Nariño, el libro original de donde tradujo la declaratoria francesa y su
Defensa –al igual que todas las copias manuscritas que según los fiscales se habían distribuido– fueron recogidas y quemadas en la plaza mayor de Santafé. Semanas antes, el virrey Ezpeleta, con algo más de sosiego, escribió de manera reservada a Manuel Godoy, entonces Duque de la Alcudia, dando cuenta de las disposiciones acordadas sobre el conjunto de las causas judiciales instauradas en el virreinato:
La experiencia me asegura y confirma que las inquietudes pasadas no tenían todo el cuerpo que se creyó al principio y me hace esperar que no lo tendrán por ahora, una vez descubiertos sus autores, y aplicados los medios que oportunamente se propondrá para precaverlas en adelante, en cuanto pende de los arbitrios humanos.
No obstante, la traducción y publicación de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano le causaron a Nariño cerca de 16 años de prisiones en Santafé, Cartagena y Cádiz,
la pérdida de todos sus bienes, múltiples destierros, quebrantos de salud y afugias familiares. Solo hasta octubre de 1810, ya en el contexto de la formación de las juntas autonómicas de gobierno en el Nuevo Reino, recobró su libertad.