Volumen 4: historia y memoria local
Cómo vivimos

Doscientos años, infinidad de secretos

Contar con la posibilidad de expresar su propio sentir, de reconstruir la memoria de la vivencia y de ser autores de los relatos que rescatan los lugares y los significados más importantes de su territorio, ha permitido a los jóvenes del corregimiento de Charguayaco, en el departamento del Huila, hacerse conscientes de los sucesos que constituyen su historia personal y del lugar que ellos ocupan en la historia y vida de su comunidad. 


Por: Susana Garavito 
Corregimiento de Charguayaco (Pitalito - Huila)
Biblioteca Rural Itinerante Peñas Blancas de Charguayaco

 

Esta crónica se extrae del libro Voces de Charguayaco, que surge del proyecto Sembrando lectores para cosechar escritores, en Pitalito, Huila. Para conocer la experiencia completa, observa el siguiente video:


Por Susana Garavito
Corregimiento Charguayaco, Pitalito, Huila

Fue el momento exacto para invocar un recuerdo, el de las gotas de lluvia cayendo sobre un caldero ardiente y la furia desatada en pequeñas burbujas.

       No era la primera vez que iba; sin embargo, estaba emocionada y muy nerviosa: debía ponerme en la tarea de mirar y no de ver. Me costaba concentrarme, quería que mi experiencia fuera completamente diferente a la de la primera vez que fui, cuando tenía cuatro años. Desde ese día le cogí pavor, y los comentarios que hacían sobre ese lugar no eran nada alentadores. Pero iba dispuesta a mirar desde otra perspectiva y disfrutarme la visita como si no hubiera ido. Tras cada curva de la carretera me sentía más cerca y al pasar por el río Magdalena me invadió el pensamiento de ser orgullosamente huilense, de ser laboyana, y de tener algo que me representa.

       Siempre he pensado que lo más bonito de un viaje es el recorrido que se hace para llegar hasta el destino: es la ocasión perfecta para imaginar y soñar con aquel misterio que nos aguarda. Antes de llegar pasan mil cosas por nuestra mente: tenía la preocupación de no disfrutar la salida o de disfrutarla tanto que dejara pasar por alto lo que realmente importaba; pensé también en lo maravilloso que podía llegar a ser este lugar frente a unos ojos con la capacidad de admirar la belleza natural más allá de lo que está visible, y en lo que podía significar culturalmente para las personas que en algún momento de la historia la habitaron.
Todo fue mágico desde el momento en que arrancó la chiva. Es inexplicable la sensación que me aborda en esa ruta tan familiar, ese aroma a café, ese sentimiento de estar en mi hogar. Nunca me cansaré de recorrer las carreteras de Pitalito y nunca dejaré de soñar con lo que puedo encontrar en ellas. Detrás de cada pequeño tramo hay una historia y todas ellas se entrelazan formando una sola que se ha extendido por 200 años.
Parada en el puente, mirando hacia el río Magdalena, mi experiencia apenas iniciaba. Tenía miles de preguntas y solo 7 horas para resolverlas. El ambiente era muy acogedor y la vista muy bella, casi podía sentir su rugir del agua bajo mis pies, fluía como la sangre por las venas y la brisa fresca traía su perfume. Me sentía pequeña y débil, pero satisfecha por la fortuna de encontrarme en aquel lugar y, más aún, por lo que me esperaba.

       La chiva se detuvo frente a un gran letrero, uno a uno comenzamos a descender. No fue mucho lo que tuvimos que caminar para ver un poco de la historia de Pitalito reflejada en un gran lago. Para llegar a este debíamos bajar por un camino muy empinado. En el trayecto se hallaba una especie de caseta que tenía aspecto de cantina abandonada, estaba compuesta por tres plantas y desde sus balcones se alcanzaba una vista hermosa; además, tenía en sus muros algunas pinturas que representaban la esencia del lugar, su riqueza cultural debido a todos los mitos y secretos que se escondían en él. 

       Al llegar a la parte baja encontramos la gran laguna: era inmensa, sus aguas eran limpias y la intensidad de su color mostraba su gran profundidad. Estaba rodeada de grandes montañas, la distancia de estas se podía identificar por sus colores: las más lejanas eran de un color azul oscuro y las cercanas de un verde mucho más claro. Daban la impresión de que alguien hubiera cortado sus picos dejando grandes llanuras en lo más alto de cada una. Más allá de la laguna se observaban potreros no muy grandes pero que complementaban perfectamente el paisaje creando un ambiente de armonía. A lo lejos se veían caballos y solo una casa, que me causó mucha curiosidad. Por un segundo me imaginé viviendo allá, despertando cada día con la luz del sol y encontrándome, al salir, con semejante maravilla.

       Acercándonos más a la laguna descubrimos un ambiente mucho más tranquilo y acogedor. Había guaduas a su alrededor acompañadas de muchos árboles. Tenía un pequeño muelle que había visto antes en fotografías. Cerca de la orilla se podían observar varias canoas que estarían destinadas para la pesca o para el turismo. Finalmente, mi mirada se centró en un viejo árbol que, en cierta forma, transmitía sabiduría y tranquilidad: era evidente su antigüedad y si su follaje hablara podría contar la historia de la laguna. No estaba en un charco común: estaba ante la inmensidad de la laguna de Guaitipán.

       Era emocionante y muy agradable que desde todas las perspectivas la laguna se viera igual de bella, igual de misteriosa, igual de fuerte. Nos dieron quince minutos para elegir el mejor lugar y retratar su inigualable belleza. Al acercarme al enorme árbol viejo, un recuerdo me invadió. Quisiera recordar más detalles, pero infortunadamente ha pasado mucho tiempo y solo quedan vagos recuerdos: una borrosa imagen de mi papá cargándome y de estar sumergidos en la laguna. Luego, un vacío, caerme de sus brazos y experimentar la sensación del agua entrando por mi nariz y boca, gritos de terror que iban siendo reemplazados por suspiros de alivio cuando mi papá al fin logró sacarme, sana y salva. Más adelante, recoger mis pasos entre los árboles donde estuvo colgada la hamaca de colores y pensar que este lugar es una fuerte conexión con mi niñez, que tal vez pueda llegar a significar un poco más para mí que para el resto de mis compañeros.

       Finalmente, me decidí a quedarme en una de las partes más altas desde donde se podía apreciar gran parte de la laguna y comencé a dibujar. Por un instante me concentré en ver las aguas tranquilas, que en ese momento comenzaban a transformarse en algo impresionante, hermoso. Además, de esas aguas se generaban muchas preguntas que pensé en resolver después. Lo que ocurrió en ese momento nos impactó a todos, es un recuerdo inolvidable que quedará plasmado en mi memoria. Suaves gotas de lluvia estaban cayendo y la laguna se mostraba como un ser con alma propia. Sus aguas empezaron a cambiar y observamos varias fases en ella, en algunas partes comenzaron a salir pequeñas burbujas, parecía un caldero hirviente; en otras, el agua continuaba en su estado normal. Parecía como si pequeñas partes de la laguna estuvieran protegidas de la lluvia: en ellas no se observaba el menor indicio de movimiento. Muy lentamente la furia se fue extendiendo, pero respetaba aquellos lugares donde el agua estaba tranquila. Al final todo volvió a ser como al principio.


       Terminados los dibujos, no quedaba mucho que hacer en ese lugar y debíamos despedirnos de la laguna. Sentí nostalgia, pero también emoción porque el viaje aún no terminaba; quedaban dudas por resolver y un destino cercano nos esperaba. Ahora íbamos a adentrarnos un poco en la cultura y los misterios que encerraba la laguna de Guaitipán, íbamos a explorar la mitología que hace de este un lugar único y diferente a muchos otros. De camino al caserío nos detuvimos en el mirador de la laguna, una enorme piedra y un abismo que brindaban la posibilidad de verla en su totalidad: su forma irregular, sus aguas ya menos agitadas y una pequeña canoa cruzando su extensión.

 
     Al llegar al pueblo la magia continuó. Nos encontramos ante maravillosas obras de arte, en algunas de sus paredes los mitos están plasmados mediante pinturas y es en este momento cuando se comprende la gran importancia que tiene culturalmente la hermosa laguna. Si decide preguntar, la gente muy amablemente le va a relatar los mitos, las historias y sus experiencias, con tanto sentimiento que muchas veces transmiten el respeto que le tienen a este hermoso regalo que les ha dado la naturaleza. Le dirán que en la laguna hay una serpiente de tres cabezas, como la que está dibujada en la pared, que custodia un tesoro; le mencionarán a la vaca marina, que hace que el ganado se reproduzca, o a la gallina de los huevos de oro. Le hablarán de la cacica Gaitana, como la mujer más valiente que ha existido en esta región; dirán con certeza que la laguna tiene sentimientos, y que a veces suele enojarse pero que es indefensa; y, finalmente, le contarán que todo esto es verdad, porque para ellos lo es.

       Si tiene la fortuna de conocer la laguna de Guaitipán observará uno de los paisajes más maravillosos no sólo de Pitalito sino del departamento de Huila. Se adentrará en la cultura ancestral de este municipio, se contagiará de la energía que esta irradia, se encontrará ante un lugar lleno de misterios que esperan ser resueltos y se dará cuenta de que las fotografías no son nada comparadas con estar allí. A cuarenta minutos de la ciudad, en el Valle de Laboyos, los espera un hermoso destino que vale la pena conocer: un cofre donde se esconden más de doscientos años de historia.