Volumen 1: oficios y saberes
Lo que la gente sabe

Pizanda la bella

En el ciclo de la siembra, cada día de trabajo de un campesino inicia y culmina con la entrega de sus manos atentas al cuidado paciente de la tierra y las semillas de las que recibirá su fruto y existencia. Así lo viven en el corregimiento de Pizanda en el departamento de Nariño, desde donde nos comparten algunas palabras sobre este noble oficio.

Por: Diana Patricia Benavides Moreno y Ángela Eney Ceballos Pantoja
Corregimiento de Pizanda (Cumbitará-Nariño)
Biblioteca Rural Itinerante La huerta de los libros

 

 

Al despuntar los primeros rayos del sol, los campesinos acarician la tierra con sus manos trajinadas de sembrar las semillas del maíz, el maní, el café. 

Cada día se los escucha bajar hacia sus cultivos, acompañados de su azadón y de su pala; unos días bajan en silenciosa procesión; otros, compartiendo la prodigalidad de la palabra cercana, familiar, amiga.

Cultivar la tierra también es cultivar la palabra traducida en saber, pues el niño, el aprendiz, agudiza su vista y su oído para aprender de su mayor los secretos de la siembra. A veces, son momentos de silencio y de escucha; a veces son encuentros entre dos saberes que comparten su conocimiento y su atención; y en ocasiones, son espacios de risas y de juegos. 

Quien se dedica a la siembra se llena de paciencia pues sus sentidos aprenden a esperar el momento en que la semilla brota y sale en busca de ese padre o esa madre que la sembró. Y allí está el campesino viéndola surgir, escuchándola despertar.

El campesino ve brotar su semilla, la mira, la escucha, la acaricia, le habla para que le cuente su sed, su abono, su malestar; allí está el campesino viendo crecer a su pequeña semilla que más adelante se convertirá en su amiga dadora -sin miseria, sin egoísmo- del fruto, es como una manifestación de agradecimiento a este labriego cuidadoso que le permitió surgir de las entrañas de la tierra. 

Llega el momento de la cosecha y los pasos firmes y el murmullo se escuchan nuevamente.

Allí están reunidos, en medio del campo, recibiendo el fruto entre sus manos.

Después, alrededor del fogón, los sentidos se aúnan para deleitarse, en medio de la complicidad entre amigos y familiares, con los frutos que la prodigalidad de la tierra ha dado a luz.

Allí nuevamente reunidos los campesinos, regocijando a su paladar, disfrutan de un buen choclo y una rica taza de café, frutos dados por la madre tierra fecunda.