1

 

  Nadie sabrá las duras madrugadas
  la soledad y el tiempo suspendidos.
Hoy, otra vez, amor, tu lirio exacto,
lleno de minerales y sonidos,
con sus manzanas de furor buscando
el sitio negro de los sacrificios.
Dónde la sangre, amor, se arremolina?
En qué gruta se escucha su gemido?
Que yo estoy lleno de luceros agrios
sobre los caracoles de mi grito.

 

Que estoy sobre la tierra como un hombre
en la alta soledad de su vestido,
como la voz sobre mi cuerpo absorto,
como sobre la voz tu nombre antiguo,
cual tu nombre, otra vez, sobre la tierra,
rota simiente de árbol sumergido.

 

Entre duros océanos me mando
y hacia islas ahogadas me dirijo
y palomas del mar lentas se clavan
a mis espaldas con ardiente pico
y sus alas me impelen al naufragio,
amor, de tus espacios divididos.

 

Estoy aquí teñido de relámpagos,
con el justo sabor de mi existencia,
entre un mundo de vientos apagados
que rodean la flor de mi presencia.
Y el amor con su río rencoroso
y sus nieblas de sangre renegada,
con sus estrellas de esmeril oculto
y su clima mordiendo las entrañas,
con sus planetas de humo devorado
y su turbio satélite de lágrimas.

 

No era la muerte de retoños vivos
y de yertas monedas escapadas,
ni su rosa subiendo por el sueño,
ni su dulce serpiente que se instala,
ni su nieve furente desprendida,
ni su furtiva exhalación de bala,
ni su aroma de llanto prevenido
segado por la hoz de las pestañas.

 

No era la muerte como pez redondo
de materia viviente disecada,
ni el temblor numeral de las arterias
donde crecen las últimas palabras:
era la roja cesación del canto
por su paso interino en la garganta,
dejándome el amor como un mensaje
de carne y de violencia sepultada.

 

Mi boca es un impacto de sus besos
y mis huesos escuchan su llegada
y su esmeralda fija se rodea
de salobre pasión instrumentada
y su beligerante mediodía
y su suave tiniebla remansada
donde brotan minutos y poemas
y banderas de lumbre arrodillada.

 

Por su vértigo corren las ciudades
como visitaciones desatadas,
como tú mismo, amor, que te despliegas
en las formas patéticas del ansia
y tu nervio esencial que se desborda
como una cabellera sobre el agua.

 

Yo me estoy recobrando exactamente
en sus perfiles de ola coronada,
en su pliegue ordenado de ceniza
y mi ronca silueta se adelanta
hacia el día que erige su discordia
de girantes camelias empapadas
y su abstracto lamento y su horizonte
de lentas mariposas destrozadas.

 

Como trueno sonámbulo que hiere
las certidumbres hondas y dispersas,
como nube que vuelve del destierro
al país deshojado de la ausencia,
como relente seco y desmedido
que invade con su polvo las miradas,
su remota sustancia que regresa
a su ámbito, a su gota, a su distancia,
rompe los agujeros movedizos,
los desiertos de sal abandonada
y en túneles, caminos, procesiones,
se oye la invitación de su llegada.

 

Soporto su invasión, su brecha densa,
su trébol de resabio melodioso,
su atravesar de filos y campanas,
y en súbitos relojes sin reposo
su insistencia marina se acrecienta
y su inicial polémica conozco.

 

Presencia del amor; no era la muerte,
ni su lengua de azufre calcinada,
ni su horario siniestro repetido
en segundos, momentos, circunstancias,
ni su alarido de pasión suspenso,
ni su barco de sangre disparada:
era el amor de límite imposible,
de unánime expresión atormentada,
de nube sin contornos y de espejos
y mesetas de luna despoblada,
con su muda materia y sus acentos,
amor, amor, en número y palabra.


 
 
Siguiente