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La Santafé de Nariño

A finales del siglo XVIII, Santafé de Bogotá se imaginaba a sí misma como una ciudad ilustrada, una ciudad de libros y ávidos lectores. Con cerca de 20.000 habitantes, era corte virreinal, silla arzobispal, sede de la Real Audiencia, de los tribunales de justicia y de las cajas reales, además de asiento de tres colegios mayores, un colegio para niñas, cinco escuelas populares, dos imprentas, un teatro público y un papel periódico oficial. También fue la primera capital de América que contó con una biblioteca pública. La Real Biblioteca Pública de Santafé de Bogotá –hoy Biblioteca Nacional de Colombia– abrió sus puertas el 9 de enero de 1777, bajo el mandato del virrey Manuel Antonio Flórez, y fue presentada en su momento por el Papel Periódico de Santafé de Bogotá como “un riquísimo museo dedicado al esplendor del Reino, al aumento de la Sabiduría y a las delicias de la Virtud”. Sus colecciones se sumaron a las de aquellas bibliotecas establecidas y cultivadas por décadas por las órdenes religiosas y por un crecido número de peninsulares y criollos ilustrados.

Nariño: el lector

Entre las bibliotecas privadas de Santafé de Bogotá, destacaba la imponente y ciertamente única biblioteca-librería de Antonio Nariño. Miembro de una de las “primeras familias del Reino”, hijo del gallego Vicente de Nariño y Vásquez, contador oficial de las cajas del Reino, y de la santafereña Catalina Álvarez del Casal, Nariño fue un apasionado de los libros, un gran lector y un autodidacta formidable: todo parece indicar que estudió por algún tiempo en el Colegio Mayor de San Bartolomé, aunque no concluyó sus estudios por razones médicas. Desde muy niño tuvo acceso a las colecciones de libros. Cientos de lecturas le dieron una sólida formación intelectual y un bagaje de ideas difícilmente comparable. Durante el proceso judicial que enfrentó en 1793 por traducir y publicar La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano él mismo mencionó los “tantos libros y papeles públicos que solía leer en los momentos de [su] reposo”.

Los testimonios de los amigos de Nariño –y también de sus malquerientes– destacan el talante de lector incansable del santafereño. Según le escribió a Nariño uno de sus amigos más entrañables, el ilustrado antioqueño Francisco Antonio Zea, en una carta fechada en junio de 1794: “no puedo abrir un libro donde no lea mis deberes para contigo, que no me recuerde tus bondades”. Asimismo, el historiador José Manuel Restrepo escribió en su Historia de la Revolución de la República de Colombia –no sin cierta sorna– que Nariño “se dedicó a leer, formando una buena librería y reuniendo varias máquinas de física. Con esto y con una imprenta que tenía y en que se publicaban algunos folletos, pasaba por un sabio en Santafé”. Las autoridades reales incluso reconocían sus “conocimientos, instrucción y buenas luces” y en el escrito de acusación formal en su contra lo describían como un gran lector, como si de un nuevo oficio se tratara: “[la] lectura de los autores de que se vale ha sido su principal ocupación”.

La biblioteca de Nariño

Si bien la biblioteca de Nariño no era la más grande de la ciudad, como lo han querido ver algunos de sus biógrafos, sí era una colección de importancia y calidad extraordinarias, ampliamente reconocida por los santafereños, y leída y consultada por los principales ilustrados del virreinato –cosa que no pasaba con otras colecciones privadas–. Sin duda, hubo otras bibliotecas mucho más grandes, como la de José Celestino Mutis, que contaba con cerca de 3000 títulos –una cifra sorprendente para la época–, y también otras, aunque modestas, más especializadas, como la del científico peninsular Juan José D’Elhuyar compuesta por 166 obras.  Sin embargo, la biblioteca de Nariño, atiborrada de libros, periódicos y algunos manuscritos, y bien equipada con cartas geográficas e instrumentos de química y física, se convirtió, quizá como ninguna otra, en un crisol donde comenzaron a tomar forma entre nosotros nuevas maneras de comprender el mundo social, económico y natural y, quizá más importante en este caso, el mundo político.

La juventud ilustrada

Aunque la biblioteca dice mucho de los gustos de su dueño y de sus múltiples inquietudes intelectuales, también habla sobre la sociedad en la que se inserta y del grupo ilustrado que la frecuenta. Ciertamente, los libros y los impresos empezaron a tener un papel central en la sociedad neogranadina de finales del siglo XVIII, en particular aquellos relacionados con los llamados “saberes útiles” y las “lecturas políticas” de los acontecimientos recientes. Es evidente su mayor presencia y circulación, por lo menos entre las gentes ilustradas, aunque sabemos que  también circulaban entre los sectores populares. El libro, la escritura, la lectura y el periodismo experimentaron una revalorización importante entre los neogranadinos, hecho que favoreció la circulación de lo que Zea llamó el “lenguaje de toda la juventud ilustrada y de los pocos hombres que piensan y conocen”, además de permitir que él mismo se definiera como un estudioso de las “bellas letras”:

Yo aquí en mi retiro, ocupado en el delicioso estudio de las flores, lejos de la corrupción de la capital, vivo tranquilo. Si el tedio de la soledad se viene a apoderar de mi corazón, en el estudio de las bellas letras, que ha sido la pasión de mi vida, hallo un seguro consuelo.

Las tertulias

Una de las grandes transformaciones de la sociedad letrada fue el surgimiento y la extensión de las tertulias, espacios privilegiados para el intercambio y el debate de ideas que fomentaron nuevas formas de sociabilidad alrededor de la lectura y la circulación de impresos y manuscritos. Estas funcionaban en la mayoría de los casos de manera periódica y siguiendo ciertas convenciones: se organizaban según un “orden del día”, se podían o no llevar actas de lo acontecido, eran acompañadas por viandas y se llevaban a cabo siempre en un mismo lugar –casi siempre en casa de particulares– o, por el contrario, podían ser itinerantes. Entre ellas destacaron la “Tertulia Eutropélica” (1792-1794), fundada por el director del Papel Periódico de Santafé de Bogotá, el cubano Manuel del Socorro Rodríguez; la “Tertulia del Buen Gusto” (1801-1808), organizada por la ilustrada santafereña Manuela Sanz de Santamaría, y “El Arcano Sublime de la Filantropía”, fundada por Nariño.

Las tertulias se convirtieron en campos de acción política, antes reservados al ámbito monárquico, en los que diversos temas eran sometidos a la opinión razonada de los asistentes: allí se discutía sobre la naturaleza de la comunidad y sobre las reformas necesarias a la administración virreinal; se construyeron nociones comunes sobre qué era legítimo y sobre los valores que todos debían considerar como superiores. En pocas palabras: funcionaron como verdaderos laboratorios en los que se elaboraron nuevas posibilidades políticas. En aquellas reuniones se pusieron en circulación y se resignificaron conceptos fundamentales como “libertad”, “igualdad”, “felicidad” y “buen gobierno”, al tiempo que se cultivaron las virtudes correspondientes a esa nueva manera de entender el mundo: la amistad, la civilidad, la sociabilidad y el “buen gusto”.

El libro: un bien escaso

En la Santafé de Bogotá ilustrada, las dificultades para conseguir nuevos libros, colecciones completas y últimas ediciones a veces parecían insuperables. Y, precisamente, Nariño destacó en su época por arriesgarse con empresas que intentaban salvar este tipo de dificultades. En 1793, el periodista Manuel del Socorro Rodríguez dio cuenta en su Papel Periódico de Santafé de Bogotá, por ejemplo, de cómo para los “pueblos de América” el “comercio de libros ha sido siempre demasiado escaso con respecto a lo que debía ser según el estado de su ilustración”, mientras que Francisco José de Caldas, uno de los más destacados pensadores de la época, se lamentaba por no hallar en toda la extensión del virreinato, desde Cartagena hasta Quito, los libros más clásicos y fundamentales para el estudio de la botánica. Según le escribió a su amigo Santiago Arroyo desde Popayán en noviembre de 1800:

Pero ¡cuántos obstáculos hay que vencer para llegar a una medianía! Sin libros, sin maestros, todo se ha de sacar de los pocos [libros] que a fuerza de fatigas he podido conseguir. No tengo a mi disposición, ni hay más en Popayán, que el Curso escaso de Ortega, la Parte Práctica de Linneo, las Instituciones de Toumeford y el Quer. Estos forman mi biblioteca: y ya ve usted lo poco que hay en esto, y cuánto falta para tener lo más necesario. Vivimos, mi Santiago, en un país casi bárbaro, a 3,000 leguas de las naciones cultas y de la ilustración.

Sin embargo, no solo se trataba de escasez de libros y nuevos materiales de estudio. Ciertos sectores veían en las novedades ilustradas una amenaza a sus privilegios y prerrogativas. La actitud de los fiscales de la Real Audiencia frente a algunos libros de Nariño durante todo el proceso seguido en su contra en 1793 pone de presente la importancia social de sus lecturas, al tiempo que revela las múltiples inquietudes y prevenciones que suscitaban entre algunos círculos del Gobierno Real. Más aún, en múltiples ocasiones, Nariño fue reconvenido por poseer una compilación de las leyes federativas de la América inglesa y acusado de querer copiar esta “legislación para la nueva forma de gobierno”. El santafereño respondió a las acusaciones haciendo énfasis en que la posesión de libros no implicaba necesariamente la adhesión a todos sus principios, es decir, subrayó el potencial de la lectura crítica y puso en evidencia, no sin cierto sinsabor, cómo cuando se persiguen las ideas, se persiguen, de necesidad, los libros: “no pudiera yo citar personas más condecoradas que yo, que tienen libros semejantes y en abundancia, y peores, peores sin comparación, y no por eso se les mira como sospechosos?”.

Finalmente, con el propósito de contribuir a las “luces del Reino”, atender un creciente mercado conformado por hombres ilustrados –religiosos, burócratas, estudiantes y profesores universitarios–, y mejorar su propia fortuna, Nariño fundó el primer taller particular de imprenta en la capital virreinal del que se tenga noticia en la historia colombiana: la Imprenta Patriótica, donde imprimió la traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

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  1. En su casa, que daba sobre una de las plazas principales de la ciudad, Nariño organizó una tertulia llamada El Arcano Sublime de la Filantropía. ¿En qué plaza quedaba la casa de Nariño?Mostrar/ocultar las plazas >>
  2. Cerca de otra plaza, Nariño puso en funcionamiento La Imprenta Patriótica, el primer taller tipográfico de carácter privado en la historia colombiana. ¿Dónde quedaba?Mostrar/ocultar las plazas >>
  3. Luego de la misa de mediodía de un domingo de diciembre de 1793, Nariño distribuyó algunas copias impresas de su traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. ¿En las puertas de que iglesia ocurrió esto?Mostrar/ocultar las iglesias >>
  4. Para evitar que las autoridades descubrieran los ‘libros prohibidos’ de su biblioteca, Nariño los envió en 1794 a una iglesia. ¿Cúal fue esta iglesia?Mostrar/ocultar las iglesias >>
  5. Luego de la Independencia, una de las plazas de la ciudad fue rebautizada como Plaza de Antonio Nariño. ¿Qué plaza es?Mostrar/ocultar las plazas >>
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Croquis de la Ciudad de Santa Fé de Bogotá y sus Inmediaciones (1797), Carlos Francisco Cabrer (acuarela sobre tela, 122 x 156 cm, Archivo General Militar del Ministerio de Defensa, Madrid, España).

 
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