Aunque no es posible establecer con exactitud cuándo comenzaron las reuniones en la casa de Nariño, se sabe que la idea de organizar una tertulia le venía dando vueltas por lo menos desde enero de 1788. En una
carta que le escribió el santafereño a José Celestino Mutis sobre su nombramiento como alcalde del segundo voto de la ciudad –juez en lo civil y en lo militar–, expresa sus deseos de “tener en casa una especie de tertulia o junta de amigos de genio que fuésemos adelantando algunas ideas, que con el tiempo pudieran ser de alguna utilidad”. Es razonable suponer, por lo tanto, que el proyecto tomó forma después de 1789, una vez el santafereño entregó la vara de alcalde. En efecto, entre los
papeles incautados a Nariño en 1794 se encuentra uno que hacía referencia explícita a la fundación y los objetivos de su tertulia:
Me ocurre el pensamiento de establecer en esta ciudad una suscripción de literatos, a ejemplo de las que hay en algunos casinos de Venecia; ésta se reduce a que los suscriptores se juntan en una pieza cómoda y sacados los gastos de luces, etc., lo restante se emplea en pedir un ejemplar de los mejores diarios, gacetas extranjeras, los diarios enciclopédicos y demás papeles de esta naturaleza, según la cantidad de la suscripción. A determinadas horas se juntan, se leen los papeles, se critica y se conversa sobre aquellos asuntos, de modo que se pueden pasar un par de horas divertidas y con utilidad.
Según el santafereño, la idea había venido a su cabeza de leer
libros muy conocidos en su época, escritos por
religiosos peninsulares que habían viajado por España y el resto de Europa con el objetivo de hacer un balance intelectual del continente. Estas obras, como es previsible, se encontraban en su biblioteca al momento del embargo. Asimismo, el santafereño reconoció que varios asistentes –incluso algunos que habían declarado en su contra– “concurrían a su casa, [pero] no lo hacían a horas determinadas”.
Este círculo literario fue bautizado “Arcano Sublime de la Filantropía”. Según los diccionarios de la época, “arcano” significaba “lo mismo que secreto muy reservado, y de importancia”, por “sublime” se entendía “grande, excelso, glorioso, eminente, o alto”, y por “filantropía” “amor del género humano”. De este modo, en la tertulia de Nariño tenía lugar la alquimia ilustre de lo más elevado y de gran valor, del altruismo y de la inquietud por el “bien común” y los asuntos públicos.
Aunque también se trataba de “pasar un par de horas divertidas”, “tertuliar” era un ejercicio que iba más allá de la mera erudición y el divertimento, pues como afirmaba Nariño, este era un espacio donde “se leen los papeles, se critica y se conversa sobre aquellos asuntos”, y se pasaba el tiempo con
utilidad, finalidad primera de la tertulia y principio rector de todo el movimiento ilustrado. La
“utilidad pública”, el beneficio de todos y de cada uno, era objeto de la acción del Gobierno y también fin de la labor de los ilustrados, y en la medida en que las tertulias seguían los derroteros de la razón, conducían al provecho intelectual, a la felicidad general y al adelantamiento del Reino.