Entre un ciprés y una rosa

  En un cristal de recuerdos
  donde crecen los suspiros
  como jazmines del aire;
  en un cristal.
 

   

Donde los besos maduran
como sueños o manzanas
entre los labios del viento;
donde los besos maduran.

Con cuerpo de agua enlunada,
bajo la espuma del pelo,
era la niña del alba
como el agua.

Por su boca el cuerpo largo
de la sonrisa corría
como arroyo con estrellas;
por su boca.

En la tarde se apoyaba
su presencia de ala blanca
como el sol en las mejillas
de la tarde.

Enredadera de luz
que maduraba los frutos
en el árbol de mi canto;
enredadera.

Campana con ruiseñores
su voz —la niña del alba—
en la torre de mi frente;
la campana.

Y el corazón como nube
que atravesara la espina
de esa voz que me nombraba;
y el corazón.

Entre las dalias del aire
quedaba cuando se iba
su presencia florecida
como una dalia en el aire.

Un árbol, de sueño había
madurado sus racimos
sobre el pecho de los días;
un árbol de sueño había.

La música que arrullaba
la canción de la mañana
como la madre a su hijo
en los brazos de la música.

 

  Las ojeras —oro y malva—
  de la tarde que se iba
  agitando sus cabellos;
  las ojeras.
 

   

Un viento de muerte vino
como una mano de sombra
sobre la niña del alba;
un viento de muerte vino.

Entre un ciprés y una rosa,
su cuerpo de agua enlunada,
en una ciudad de niebla;
entre un ciprés y una rosa.

Una voz como el silencio
con largo traje de lágrimas
y con pájaros cansados
llora a la niña dormida.

En un lugar de suspiros
como jazmines del aire
donde crecen los sollozos;
en un lugar de suspiros;

entre un ciprés y una rosa.



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