En la Santafé de Bogotá ilustrada, las dificultades para conseguir nuevos libros, colecciones completas y últimas ediciones a veces parecían insuperables. Y, precisamente, Nariño destacó en su época por arriesgarse con empresas que intentaban salvar este tipo de dificultades. En 1793, el periodista Manuel del Socorro Rodríguez dio cuenta en su
Papel Periódico de Santafé de Bogotá, por ejemplo, de cómo para los “pueblos de América” el “comercio de libros ha sido siempre demasiado escaso con respecto a lo que debía ser según el estado de su ilustración”, mientras que Francisco José de Caldas, uno de los más destacados pensadores de la época, se lamentaba por no hallar en toda la extensión del virreinato, desde Cartagena hasta Quito, los libros más clásicos y fundamentales para el estudio de la botánica. Según le escribió a su amigo Santiago Arroyo desde Popayán en
noviembre de 1800:
Pero ¡cuántos obstáculos hay que vencer para llegar a una medianía! Sin libros, sin maestros, todo se ha de sacar de los pocos [libros] que a fuerza de fatigas he podido conseguir. No tengo a mi disposición, ni hay más en Popayán, que el Curso escaso de Ortega, la Parte Práctica de Linneo, las Instituciones de Toumeford y el Quer. Estos forman mi biblioteca: y ya ve usted lo poco que hay en esto, y cuánto falta para tener lo más necesario. Vivimos, mi Santiago, en un país casi bárbaro, a 3,000 leguas de las naciones cultas y de la ilustración.
Sin embargo, no solo se trataba de escasez de libros y nuevos materiales de estudio. Ciertos sectores veían en las novedades ilustradas una amenaza a sus privilegios y prerrogativas. La actitud de los fiscales de la Real Audiencia frente a algunos libros de Nariño durante todo el proceso seguido en su contra en 1793 pone de presente la importancia social de sus lecturas, al tiempo que revela las múltiples inquietudes y prevenciones que suscitaban entre algunos círculos del Gobierno Real. Más aún, en múltiples ocasiones, Nariño fue reconvenido por poseer una compilación de las leyes federativas de la América inglesa y acusado de querer copiar esta “legislación para la nueva forma de gobierno”. El santafereño respondió a las acusaciones haciendo énfasis en que la posesión de libros no implicaba necesariamente la adhesión a todos sus principios, es decir, subrayó el potencial de la lectura crítica y puso en evidencia, no sin cierto sinsabor, cómo cuando se persiguen las ideas, se persiguen, de necesidad, los libros: “no pudiera yo citar personas más condecoradas que yo, que tienen libros semejantes y en abundancia, y peores, peores sin comparación, y no por eso se les mira como sospechosos?”.
Finalmente, con el propósito de contribuir a las “luces del Reino”, atender un creciente mercado conformado por hombres ilustrados –religiosos, burócratas, estudiantes y profesores universitarios–, y mejorar su propia fortuna, Nariño fundó el primer taller particular de imprenta en la capital virreinal del que se tenga noticia en la historia colombiana: la Imprenta Patriótica, donde imprimió la traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.