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  En donde tiembla su voz
  no habré de encontrar abrigo,
alto pecho, bajo sueño,
en naranjales baldíos,
con eco de diez canciones
y llanto destituido,
transido de dulces venas
su corazón sumergido,
con su cuerpo enamorado
flotando entre cinco ríos,
con su sangre derivando
a cinco puertos distintos,
con la concreción perfecta,
ay, de sus cinco sentidos.
Su arteria clara brotando
un lento sabor de trino,
su pequeña muerte atada
a su cabello tendido,
naciéndole en el costado
la sombra azul como un lirio.

 

Sus oros articulados
cómo golpean el instinto
y clavan en el deseo
sus corales advertidos,
sus jardines instantáneos,
sus zarzas y sus erizos,
sus agujas de diamante
y sus arcángeles tibios
que bordan sobre la piel
dudas de calor y frío.

 

Cómo lucha con el viento
su crisantemo tardío
y su forma iluminada
de asesinatos divinos,
que desgaja en las pupilas
sus lluviosos paraísos.

 

Forma del amor, escarcha
sobre la tierra y el trigo,
con el opio encarcelado
entre su cuenco prendido,
con su tallo de amapola
y su estambre enardecido.
Amor de espadas viajeras
y lanzas en desvarío,
cortando la piel del aire
y las trenzas del rocío.
Amor amoroso, amor
enamorado y explícito
con aceros afilados,
cometas y vellocinos.

 

Su éxtasis envenenado
circula aceites marítimos
y menudas golondrinas
hechas de carbón y vidrio
que se entrelazan buscando
equivocados caminos.

 

La presencia del amor
en los espacios se enreda
mientras resuena en el cuerpo
su desbordada marea
como si el nardo con pies
ligerísimos corriera
o en caballitos de espuma,
ebrios de luna y pelea,
en faroles y arbolillos
colgara su cabellera
—Absalón que inventa el arpa
inmolando su cabeza
donde manos in visibles
pulsan su nota guerrera—
sobre la noche y la sombra
que averiguan su presencia,
entre plumas sofocadas
y espirales volanderas,
flor del tacto que reclama
su simulada aspereza.

 

Ámbar y marfil encienden
su frágil rostro huidizo.
Sus naves agujetean
mis ojos aridecidos
y mis manos se devoran
una otra en su delirio,
que siento en mi cuerpo escamas
y entrechocados cintillos,
saltos delgados que atreven
su cintura en el vacío
cuando se enreda en mis dedos
su dibujado martirio.

 

Mecido por ramas altas,
orlado de dulces gritos,
entre la nieve y la sangre,
entre la llama y el lirio,
un vaho verde de perlas
en su mirada teñido,
alto pecho, bajo sueño,
a la muerte sometido,
en mi propia voz se esconde
su presente poderío
y a mi pulso se asimila
el mapa de su latido.


 
 
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