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  Para sus ojos en creciente
  todos los puertos se encendieron:
los de los besos en los labios,
los de la médula en los huesos,
los de la voz en la garganta,
los de las uñas en los dedos,
los de la sangre en las arterias,
los de los brazos en el cuerpo,
los de la vida entre la carne
con torso duro y manifiesto.

 

Con torso mío enamorado.
Y levantado valimiento
y crujimiento de mis vértebras
y exaltación de mis cabellos,
con peripecias de mi alma
en demoníacos trapecios,
con derribado corazón
y desplomado pensamiento.

 

En este cielo circunscrito
de lentos plomos acusados
y despojados materiales
en el silencio abandonados,
cruza el color de su fantasma
y el sordo níkel de sus ámbitos
en ondas mútilas resbala
sobre el sollozo y sobre el canto.

 

Con labio frío y doloroso
sorbo su veta militante
que corre cierta y perseguida
por los pecados capitales.
Si veis fulgir una ciudad,
si adivináis un puerto unánime,
con barcas solas, peces fríos,
gaviotas, redes y altos mástiles,
pensad en mí que yo lo tuve
entre los muros de mi carne.

 

Pensad en mí que estoy viviendo
de su presencia inanimada,
de sus ventanas delirantes,
de su recuerdo y su distancia
y de sus luces que se trepan
sobre la noche y la mirada
como los frutos a los árboles,
como la voz a la garganta,
como el espanto a la tiniebla
sobre la tierra desmayada.

 

Aunque busquéis en mi palabra,
aunque lloréis en las esquinas
y desgarréis los puños, siempre
su ardua presencia me aniquila
y su gusano me devasta
y sus cuchillos me acuchillan.
Porque el amor sabe su nombre,
su sexo errante y su embestida
de doble toro acostumbrado
al sabor yerto de las ruinas.

 

Toda la historia de mi cuerpo
cabe en el globo de una lágrima;
sus tempestades ensordecen
aun las orillas de mi nada
y voy llegando a su ribera
con mi ardua muerte levantada
entre las manos, como un náufrago
que hace señales de llamada.

 

Mi calavera se evidencia
en la sonrisa congelada;
turbio verano su presencia
como una bruma se desata
o cual si un velo desgarrado
sobre un espectro se colgara,
flotante y húmedo ciñéndose
desde los ojos hasta el alma.

 

Amor, cuán cierto tu crepúsculo
y tu agonía circulante,
tu sabor loco entre la boca
de diluidos manantiales.
Vuelve otra vez a mis oídos
tu melodía interminable,
tu olor de brisa que ha viajado
sobre mujeres iniciales,
vuelve a mis ojos tu perfil
de dulce lirio indevorable,
vuelve a mi tacto tu vía láctea
que se me ciñe como un guante.

 

En el tramonto de los años,
entre un rebaño de elegías,
vendrán las horas de tu ahora
en desgarrada poesía.
Pero este tiempo detenido
de tu presencia inextinguida
inventará la primavera
a cada nueva tentativa.


 
 
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