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  Preguntadme por qué amé,
  preguntadme,
que esta sofocación me está matando
en el círculo neutro de mi sangre,
que tengo el labio y el párpado
secos de tanto mirarle,
yertos de tanto besarle.
Esperadme:
decidle que yo no soy.
Escuchadme:
por morder sus racimos y sus estrellas,
por ampararle,
tengo los brazos llenos de suplicios,
me dejo el corazón en cualquier parte,
invento calles nuevas,
bebo una gota oscura y miserable.

Si yo pudiera morir
sólo un instante,
qué barcos me llevarían
sin las islas inmensas de mi carne,
qué ciudades transidas me esperaran,
qué chorro entre mis venas se parase,
qué frescura subiendo,
qué rebullir de cielos capitales!
Pero amé.
Miradme
sin preguntarme por qué.
Estrujadme,
que tengo un nombre vivo todavía
y no hay sitio en que pueda sepultarle.

 

Seguidme por plazas locas,
por la tierra y por el aire,
por el agua y por el fuego,
buscadme.
Quién se ha parado a mi puerta?
Quién me obliga a sorber este vinagre?
Sea o no sea mi enemigo,
desterradle.

 

Quien me nombra está mintiendo,
quien me grita decidle que se calle
que ya no tengo espadas ni banderas,
ni torres qué oponer a su desastre.
Defended mi soledad
que yo le evité el combate,
no me dejéis que le vea,
no me obliguéis a entregarme,
no permitáis que me vuelva
de mármol inevitable.

 

Por el sur,
por el norte,
levantadme;
dadle batalla en mi nombre,
no dejéis que me arrebate
que ya sus manos me encierran
como tremendos collares.
Olvidos que estáis conmigo,
estrechadme
que sus recuerdos me silban
vetas de llanto sin cauce,
llenándome las entrañas
de arrecifes y puñales.

 

Violetas de pie desnudo
entre un otoño de sables,
pájaros escayolados
haciéndole preguntas a los sauces,
fotografías de cuello atormentado,
aviadores sin rumbo destrozando el paisaje,
ventanas pavorosamente abiertas,
leñadores con hachas sibilantes,
fronteras que se cierran,
palomas mensajeras sin mensaje.

 

Y yo en medio
como un viento ceñido a los cristales.
Y un rodar de canciones por el frío
y su suelta presencia que me invade
como un traje a la forma que lo habita
con su tinte reseco de sirenas veniales.

 

Yo sé que ya no hay remedio
y que debo resignarme
a su dura materia asimilada
y a sus hirientes púas digitales.

 

Recogedme entre la brisa
del mar que viene a buscarme.

 

En las milicias del fuego
sobre los hombros del aire.

 

En la pirueta del agua
sobre las curvas del valle.

 

En el tránsito perfecto
de la raíz al estambre.

 

Dejadme muerto en mi sangre.

   

Vengo a acogerme a este mundo
de panoramas sin sueño,
tendido serenamente
a la orilla de mi cuerpo.

 

Como una enredadera
prendida al universo.

 

Porque el amor dialoga con vocablos ardientes
entre las galerías rezumantes del sueño
y sólo un niño puede deshojar margaritas
al borde de la playa dispersa de su sexo.


 
 
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