El funeral de las violetas

  La llevaban sobre cuatro almas,
sobre cuatro espigas de plata,
sobre cuatro suspiros de brisa,
sobre cuatro tallos, a la niña pálida.


 

En andas de grueso gemido,
con paso de llanto,
con ébanos líquidos surcando la sangre enlutada,
con vértigos lentos de paisajes en vagas pupilas,
sobre cuatro almas, espigas de plata, suspiros de brisa,
sobre cuatro tallos, llevaban, llevábamos, a la niña pálida.

 
 

Bajo el pie las violetas de invierno;
bajo el pie las violetas llorando
trémulos rocíos, corazones blancos.


 

Bajo el pie y entre el césped, violetas,
violetas temblando, aromando,
pequeñas ojeras del mundo,
novias de la estrella,
frágiles doncellas,
tímidas violetas
bajo el pie de los cuatro, llorando.


 

Un ángel ríe moviendo las alas,
las alas lúgubres de crespones y noche estrellada,
subido en los árboles como un pájaro absurdo
de blondos cabellos con uñas de escarcha,
y la niña ríe con los labios del alma,
sobre cuatro gemidos, sobre cuatro suspiros de plata.


 

Una serpiente remeda los ríos,
los ríos antiguos, de colores y anillos brillantes,
y persigue el cortejo en la sombra
que se queda regada en la tierra
cuando vierten el agua del alba.


 

Pero entonces cien hombres se acercan,
las espadas colgando del cinto,
reluciendo a la par de las lágrimas.


 

Montan potros de pelo dorado,
grandes cintas de luto adornando
las crines magníficas,
y en la faz de la muerte doncella
riegan grandes violetas, temblando
con su puro dolor de rocío,
con su dulce repliegue de labio.


 

Tras las andas de grueso gemido,
tras los cuatro cargueros de plata,
machacando violetas, en silencio,
los cascos dormidos, los párpados rojos,
va llorando la fiel cabalgata.


 
 
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