Gabino Ezeiza (1858-1916) fue, ya en vida, emblema del payador nacional. Virtualmente todas las crónicas contemporáneas y posteriores enfatizan su calidad como repentista y su prosapia negra. En la literatura académica su tratamiento es abundante y, por su completud, destaco el libro del payador Víctor Di Santo (2005). Con todo hubo, antes y después que él, otros payadores afroargentinos cuyo listado tentativo asciende a 23, siendo el más antiguo Francisco “Pancho” Luna, nacido probablemente en Buenos Aires hacia 1820. Retirado de la payada a favor de una pulpería que atendía en el barrio porteño de San Telmo, fue su maestro cuando tenía 15 años de edad. Si bien la payada goza de plena vigencia, ya no tiene cultores afroargentinos2 . Dado que su característica principal es la improvisación y, por diversos motivos, su grabación fue excepcional, se comprende la limitación para cuantificar las obras del pasado. Allende la cualidad repentista de Gabino, el payar de los afroargentinos no pareció diferenciarse del de los blancos a no ser por su siempre ponderado agudo ingenio y delicadeza. Lo que sobrevive es, preponderantemente, sus letras, publicadas en folletos de gran tiraje, pero de escasa preservación en repositorios públicos ante el prurito de que no era una producción artística digna de las bibliotecas. Salvo excepciones, desde el comienzo los intelectuales y literatos denostaron este tipo de obras por elementales, agrestes y poco inspiradas. En menor medida también las publicaron en pliegos sueltos que, por el mismo prejuicio, casi no conservan.
En este artículo deseo abordar un caso revelador, la payadora Matilde Ezeiza, hija de Gabino, totalmente desconocida para la academia y la etnohistoria del género entre los payadores actuales. La pista que me llevó a ella es un folleto de su autoría con, básicamente, letras de sus cantos, publicado en la ciudad santafecina de Rosario. El único ejemplar conocido lo documenté en el Instituto Ibero-Americano de Patrimonio Cultural Prusiano (Berlín) durante una beca de estudio dada por esa entidad en 2011. Había sido conseguido por el antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche, quien lo integró a su Biblioteca criolla3 y lo donó en vida. Luego sumé a esta piedra de toque unos pocos documentos escritos más e información provista por la memoria oral que recabé a varias generaciones de los Ezeiza.
El título del folleto es La hija del payador: Hermosa colección de canciones cantadas por Matilde Ezeiza en la tumba de Ezeiza. Fue editado por Longo y Argento (importante editorial de este tipo de literatura) y, aunque no tiene año de edición, en el Boletín Oficial del 29 de junio de 1917 consta que estaba editado para marzo del año. Tiene 16 páginas en rústica en octavo, similar a los folletos de literatura popular de la época. Por su temática pertenece al mercado editorial contemporáneo de folletos de bajo costo y precios módicos que, con furor, se vendían a un nuevo tipo de lector en crecimiento, a caballo entre fines del siglo XIX y principios del XX. En su momento esta literatura fue una novedad y, si bien dio lugar a una singular industria con cientos de títulos de temas diversos —cancioneros de payadores, de partidos políticos, chistes, novelas, cuentos, etc. (Fernández Latour de Botas 1964-65, 1966-67, 1968-71; Prieto 1988, Rey de Guido y Guido 1989, García y Chicote 2008, Cirio y Cámara 2014)—, hace poco los investigadores comenzaron a interesarse en ella pues, excepto por la labor pionera, solitaria y hasta hace poco no reconocida de Lehmann-Nitsche, fue juzgada irrelevante y hasta moralmente nociva para los valores patrióticos que, como nación, procurábamos forjarnos (Quesada, 1902)4 . La materialidad de estos folletos es, dentro de lo elemental, variable, tanto respecto al papel y encuadernación como al diseño y cuidado ortográfico. En este caso el papel es económico y la portada tiene algo no habitual en estas publicaciones —quizá por su costo—: una fotografía. Se trata de una mujer tomada de frente, en pose similar a la usual en la foto carné. Se la ve joven y con fenotipo negro, por lo que infiero es la autora5 . El folleto tiene las letras de 18 cantos: 15 de ella (en realidad, 2 de ellos son plagio a su padre), 2 de su padre y 1 de Ramón Aguirre. Excepto en el último, no se consignan los géneros, por lo que sólo pude inferir los de dos a partir de sus títulos, pues son homólogos. Con todo, es probable que en el resto el predominante sea la milonga, según tradición impuesta por Gabino.
Nº | Título | Autor/a | Género | Págs | Observaciones |
---|---|---|---|---|---|
1 | La hija del payador | Gabino Ezeiza | - | 2-3 | Dedicatoria: “Para mi hija Matilde Ezeiza”. Última décima publicada en Cirio 2012: 133-134 |
2 | Alem | Matilde Ezeiza | - | 4 | - |
3 | El jilguero | Matilde Ezeiza | - | 5 | Publicada en Cirio 2012: 134-135 |
4 | Vals | Matilde Ezeiza | Vals | 5-6 | - |
5 | La aurora | Matilde Ezeiza | - | 6 | - |
6 | La cantora | Matilde Ezeiza | - | 7 | - |
7 | A ella | Matilde Ezeiza | - | 7 | - |
8 | Pasión | Matilde Ezeiza | - | 8 | - |
9 | Recuerdos | Matilde Ezeiza | - | 9-10 | - |
10 | A una Virgen | Matilde Ezeiza | - | 10 | - |
11 | Mi guitarra | Matilde Ezeiza | - | 11 | Plagio de “La guitarra” de Gabino Ezeiza (1885). De sus 24 estrofas tomó 3 (N° 2, 3 y 4), modificando algunas palabras y el título |
12 | La inculta poetisa | Matilde Ezeiza | - | 11-12 | Publicada en Cirio 2012: 132-133 |
13 | Cifra | Matilde Ezeiza | Cifra | 12 | - |
14 | A ti | Matilde Ezeiza | - | 13 | - |
15 | Grajea | Matilde Ezeiza | - | 13-14 | Plagio de “Canción” de Gabino Ezeiza (1889), la que grabó como “Grage-ras” (1912). De sus 6 es-trofas tomó 5 (Nº 1, 2, 3, 5 y 6) y cambió el título |
16 | El Río Negro | Gabino Ezeiza | - | 14 | - |
17 | Mi lira | Matilde Ezeiza | - | 15 | - |
18 | En la tumba de Ga-bino Ezeiza | Ramón Aguirre | Vals | Contra-tapa | Abajo del autor, “Rosario” |
Los payadores solían incluir en sus folletos obras de colegas (en menor medida, cartas u otros textos) como homenaje, esperando un trato editorial recíproco. En ellos generalmente ponderaban al autor del folleto y servían, a la postre, como prestigio curricular. En este, de los tres cantos de otra autoría dos son de su padre, estando el primero dedicado a ella, da título a la publicación y está intencionalmente al comienzo. Evidentemente, la fama que Gabino tenía fue la estrategia editorial montada para asegurar el éxito de Matilde pues presentarse —y presentarla él— como la hija del payador, constituía un inequívoco espaldarazo. No se sabe cuándo lo hizo, pero en sus folletos aparece en Glorias radicales, de ca. 1913; de hecho, debió ser importante pues se promociona en la portada —“Con la canción: La hija del payador”— y está en un lugar privilegiado, la contratapa. Su valor testimonial es doble. Por un lado, Gabino reconoce en el título, en la dedicatoria y en el verso final que es su padre y se encarga de hacerle decir que es su hija; por el otro, pone en su boca orgullosas referencias que la identifican como afrodescendiente: “Soy la morocha que canta”, “morocha soy no lo niego / muy bajito es mi color” y “soy la morocha argentina”, sugerentes índices autorreferenciales de cómo los Ezeiza procuraban ser socialmente entendidos, aspecto no menor en el complejo campo de las identidades racializadas en una época fuertemente intervenida por la europeización y el blanqueamiento sociocultural (Frigerio, 2006, 2008a) y que no estuvo exenta de dilemas para ellos. Además de las dos publicaciones del canto, está reproducido en Rey de Guido y Guido (1989: 335-336). Con todo, y por ser éste el único antecedente académico sobre Matilde Ezeiza, inexplicablemente no problematizaron su presencia y, pese a formar su cancionero con la Biblioteca criolla de Lehmann-Nitsche, no incluyeron su folleto. El otro canto de Gabino, El Río Negro, parece ser una obra inédita, pues no está en ninguna de sus publicaciones (ignoro los motivos que la llevo a plagiar otros dos de su padre). Las obras de Matilde tienen las siguientes temáticas y estructuras:
Nº | Obra | Tema | Estructura | Observaciones |
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2 | Alem | Político6 | 6 décimas espinelas | Verso 3, estrofa 3, 9 sílabas; verso 3, estrofa 5, 7 sílabas |
3 | El jilguero | Amatorio | 5 octavillas, rima ABBCDEEC | - |
4 | Vals | Amatorio | 4 octavillas heptasi-lábicas, rima ABCDEFFC | Verso 6, estrofa 2, 8 sílabas; Verso 1, estro-fa 2, 5 sílabas. Estrofas 3 y 4 metro irregular |
5 | La aurora | Amatorio | 4 octavillas, rima ABBAACCA | Estrofa 4, rima AB-BAACAC |
6 | La cantora | Autobiográfico | 2 octavillas, rima ABBCDEEC | Verso 4, estrofa 1, 7 sílabas |
7 | A ella | Amatorio | 4 octavillas, rima ABBCCBBC | Verso 2, estrofa 1, 9 sílabas; verso 6, estrofa 2, 7 sílabas. Estrofa 1, rima ABBCCBBD |
8 | Pasión | Amatorio | 7 coplas decasilábi-cas, rima ABCB | Verso 3, estrofa 1, 8 sílabas; verso 1, estrofa 2, 9 sílabas; versos 1 y 2, estrofa 6, 9 sílabas |
9 | Recuerdos | Amatorio | 8 coplas endecasilá-bicas, rima ABBC | Verso 2, estrofa 1, 12 sílabas; versos 2 y 3, estrofa 6, 10 sílabas |
10 | A una Vir-gen | Religioso | 4 coplas endecasilá-bicas, rima ABCB | Verso 1, estrofa 1, 9 sílabas; verso 4, estrofa 1, 7 sílabas; verso 3, estrofa 2, 10 sílabas; verso 4, estrofa 2, 8 sílabas; verso 4, estrofa 3, 7 sílabas |
11 | Mi guitarra | Bucólico | 3 octavillas, rima ABBCBDDC | Estrofa 2, rima ABBCDEED |
12 | La inculta poetisa | Autobiográfico | 5 décimas espinelas | Verso 2, estrofa 3, 9 sílabas; verso 9, estrofa 4, 9 sílabas |
13 | Cifra | Jocoso | 5 coplas, rima ABCB | Última copla referencia a lo afro |
14 | A ti | Amatorio | 3 octavillas, rima ABBCCDDC | Estrofa 2, rima AB-BABCCB |
15 | Grajea | Moralizante | 5 octavillas hexasilá-bicas, rima ABCDE-FGD | Verso 1, estrofa 1, 5 sílabas; verso 7, estrofa 1, 7 sílabas; versos 1 y 2, estrofa 4, 7 sílabas. Estrofa 2, rima ABCDEFFD |
17 | Mi lira | Amatorio | 4 coplas decasilábi-cas, rima ABCB | - |
Al presente no he hallado referencias biográficas suyas. De hecho, hubo dos Matilde Ezeiza separadas por una generación y emparentadas con Gabino: una era su hermana y la citada en cuestión, hija natural suya. Sólo Héctor Pedro Blomberg (1943 8) en un artículo periodístico sobre él dice que tuvo “dos hermanos, Tomás y Matilde”. Víctor Di Santo (2005 17) replica el dato y agrega que Tomás quizá era el hermano mayor, de lo que se infiere que Matilde nació después de Gabino. En el Censo Nacional de 1869 figura una “Matilde Ezaiza”7 como inquilina en un conventillo en Chacabuco 162, con 19 años de edad, soltera, argentina y empleada de servicio doméstico “mucama” (Lima González Bonorino, 2005 89). En la prensa afroporteña hay dos noticias de una Matilde Ezeiza/Ezeisa, ambas en secciones generales de comentarios sociales. La primera es de 1878. La segunda noticia está en La Broma (20-jul-1879) en una sección fija titulada “Varillazos”. Su autor, Aníbal, comenta que visitó la casa de la señora de Arce y vio “Un conjunto precioso de sílfides se presentó a mi vista”, nombrando, entre otras, a “Matilde Ezeisa”. El payador Florencio Cabrera (h) en su folleto Canciones populares por el celebrado payador nacional (ca. 1925) publicó el canto La hija del payador (p. 6-7) y, como Gabino en el canto homónimo, también se lo dedicó, mas no aporta datos que permitan avanzar en su biografía. Con los escasos elementos reunidos infiero que la primera Matilde nació hacia 1850 y era hermana mayor de Gabino. Es la misma que fue vista en 1878 y se casó con un tal Rodríguez en 1879. Los años no coinciden para que fuera su hija ya que para 1879 él tenía sólo 19 años de edad. Por su parte, el canto de Cabrera se refiere a la Matilde hija de Gabino y es casi lo único que hallé sobre ella. Es unos años posterior a su folleto y no aporta demasiado, salvo inferir que en ese entonces era lo suficientemente conocida —como payadora e hija de Gabino— como para que otro payador le dedique un canto en donde, además, explicita que él fue su padre. Matilde debió tener contacto y, quizá, buen trato con la familia que él constituyó con Petrona, a juzgar por el obituario de su padre publicado en el diario porteño La Razón el día de su muerte, el 12 de octubre de 1916, pues figura junto al otro hijo natural de Gabino, Carlos Gabino.
Las fuentes etnográficas no aportan sino a la confusión. Mantengo desde hace años trato con algunos miembros de los Ezeiza, habiéndoles hecho varias entrevistas. No sólo desconocían que Gabino haya tenido una hija llamada Matilde, explicaron que los 8 hijos que usualmente la bibliografía dice que tuvo con su esposa, Petrona Peñaloza (cuya madre, sugestivamente, se llamaba Matilde), en realidad fueron 10, pues algunos omiten a Juan, muerto al nacer, y a la primogénita, Nélida, fallecida a los 15 años de edad. De este modo, cronológicamente ellos son: Nélida, Fortuna, Argentina Petrona, Álvaro Ernesto, Ignacio Faustino, Juan, Ramón Miguel, Juana Eugenia, Fe y Diana. A ellos debe sumarse una cantidad imprecisa de otros naturales como ¿el primogénito? Carlos Gabino Ezeiza, nacido el 4 de noviembre de 1895 en Rosario (Santa Fe). Si bien Gabino jalonó un prestigio del que todos estaban orgullosos, pocos de sus hijos legítimos se dedicaron al arte y ninguno a la payada —al menos abiertamente—, como lo demuestra esta declaración de Ramón Miguel: “Creo que ante su recuerdo, lo mejor es callar. Si alguna vez sentí el deseo de pulsar una guitarra, no lo hice por no empañar la brillante trayectoria de quien ocupa un lugar tan destacado en nuestras tradiciones” (Blomberg, 1943 14). Sólo Álvaro Ernesto y Fortuna cantaron con él, aunque en circunstancias que la memoria oral ya no puede precisar. Fortuna compartió el escenario con su padre como pianista (Di Santo, 2005 257) y es la única que dos de las entrevistadas especulan que pudo haber payado, quizá con el seudónimo de Matilde. Así, al tiempo que sus descendientes reconocen a Gabino en su gloria de payador, una suerte de mandato privativo hacia el arte les impidió emularlo, justamente por ponderarlo inalcanzable. Más crítica, una bisnieta, Romina Michelucci, sostuvo que “no solamente lo ignoraban, sino que realmente les parecía absolutamente poco importante saber si existió o no existió, si fue o no fue [… Se comentaba poco], volvía a estar todo oculto y Gabino volvía a estar en el mismo lugar de mito”8 . Dado este panorama es posible que Matilde sea una hija natural, aunque reconocida por Gabino ya que le dio su apellido.
Una posible vía para entender a Matilde es analizar la relación profesional de Gabino con las mujeres. Víctor Di Santo (2005 59-61) enumera las innovaciones que operó en el campo de la payada, entre ellas la profesionalización del payador, el cantar por milonga, el incluir el saludo a la localidad donde estaba y el solicitar al público que proponga temas, a fin de probar sus dotes como repentista lo cual, según Ercilia Moreno Chá (2003 228), constituyó su ángulo más fuerte. Deseo agregar aquí otra innovación: abrir la práctica a las mujeres. Los estudios sobre el tema coinciden en que, si bien hubo payadoras tempranas, como la ¿blanca?9 “Victoria la payadora” en el Buenos Aires de 1813 (Seibel, 1998 50), la primera en trabajar profesionalmente fue Aída Reina a partir de ca. 1895 a iniciativa de Gabino, de quien fue discípula. Hizo una fecunda carrera con hitos como actuar en España en 1900 y su presencia escénica llegó al menos hasta 1910 (Seibel, 1998 51; Di Santo, 2005 171-172). Con todo, no fue su única alumna: también formó a María Albana, quien debutó en Buenos Aires en 1900 (Seibel, 1998: 51). Ambas jalonaron una presencia femenina que se mantiene con notables profesionales (Moreno Chá, 2005 14). Dada esta innovación, que se presentaran como sus discípulas —pues favorecía su fama— no cuadra con el actual desconocimiento de Matilde, sobre todo cuando en su folleto está claro su linaje tanto por su apellido como por el espaldarazo de su padre en el canto capital. Tal desconocimiento, por ende, debe obedecer a otro orden. Si buena parte de la fama que tuvo Gabino en vida se debió a su impecable y fresca capacidad para improvisar sobre virtualmente cualquier tema, con el ingenio y la velocidad que la performance payadoril demanda, el siguiente testimonio proyecta un claro de sombra respecto a Matilde. En febrero de 1910, de gira por la ciudad bonaerense de Navarro, un periódico local publicó el 16 de febrero de 1911 una extensa nota titulada “Gotas de Tinta” que, según Di Santo (2005: 242), es de las más enjundiosas sobre su arte. Cito el párrafo de interés:
Un grupo de caballeros de nuestra sociedad propuso al payador el siguiente tema: - La Mujer Intelectual Argentina-. Al respecto Ezeiza incurrió en confusiones, pues si bien es cierto que fueron recordadas, Juana Manuela Gorriti y Juana Manso, desviándose después del asunto propuesto y solo estudió a la mujer patricia, lástima grande que por ese error no mencionara a la universitaria, la educacionista, la escritora moderna, la que en cualquier manifestación del pensamiento desarrolla la mentalidad (Di Santo, 2005: 242-243).
Aquel que fue ponderado por nunca errar flaqueó en este tema. ¿Quizá dudó porque se vio en la obligación de callar sobre Matilde, ya que alguna secreta confesión se lo impedía? ¿La petición del auditorio tuvo cierta alevosía —lo cual era frecuente— como para forzarlo a hablar de un tema delicado? No lo sabemos, pero sí llamó la atención su confusión fue porque se trató de algo excepcional. Vista la cuestión en perspectiva de entender a Matilde, la crónica no aporta más que conjeturas, pero tampoco resulta del todo anodina. Dado que el rol de la mujer en la música en el Cono Sur recién está comenzando a problematizarse en el marco de los estudios de género, quizá su caso pueda servir para avanzar en el tema. Juan Pablo González (2013 127-142) pregunta hasta qué punto hacer música desde la condición de género es posible —y, agrego, relevante para la musicología— y, por ende, en qué radicaría la diferencia. Citando los estudios feministas de Susan McClary y Marcia Citron (1991), presenta varias líneas temáticas, de las que tomo dos para desarrollar aquí: el profesionalismo de la mujer y el problema del género en la construcción del canon musical.
La profesionalización de la payadora se dio a iniciativa de Gabino. Si bien su presencia siempre fue —y es— ocasional, permite plantear la hipótesis que, en perspectiva de género, haya enriquecido a esta práctica diferencialmente, incluso que Matilde fuera afrodescendiente invita a tender originales cruces entre los estudios de género y afro. Como sostiene Autumi Toasijé (2004), el estudio de género aplicado a Afroamérica debe reconfigurarse para atender las particularidades de la diáspora ya que, a grandes rasgos, en el África sursahariana el número de esferas de poder protagonizadas/dominadas por la mujer es marcadamente superior en relación con el Occidente. Dado que ello chocó con el sistema de pensamiento de los invasores europeos y lo desvirtuaron en su comercio esclavista, “frente al feminismo blanco, que se reconoce heredero de la Ilustración, el feminismo negro está marcado por el eje de la colonialidad” (Jabardo Velasco 2013). En esta línea, advierte que si la mujer escritora fue excepcional en Occidente hasta bien entrado el siglo XIX, entre los afroestadounidenses no. Es más, allí su capacidad de agencia estuvo tan desarrollada que a un tiempo protagonizó, arma en mano, acciones en pos de adquirir de plenos derechos y la libertad de los esclavizados. Aunque Toasijé se centra en la literatura femenina afroestadounidense, reconoce la dificultad para recopilar textos de otras partes de Afroamérica, por lo que este trabajo pretende aportar lineamientos para entender el rol de las afroargentinas en la esfera pública a través de una práctica popular como la payada.
Retomando el profesionalismo femenino en perspectiva poscolonial, las afroargentinas debieron liberarse de un doble lastre que las condicionaba desiguales respecto a sus congéneres blancas: eran negras y de condición humilde, lo que las subsumía socialmente en una triple cadena de subalternidad. Es cierto que en el Buenos Aires de entonces la mujer blanca también estaba subalternizada en una sociedad machista y patriarcal, sin embargo, contaba con una libertad innata que no tenía la afroporteña; de hecho, no era subalterna en la esclavitud doméstica. Recordemos que la abolición final de la esclavitud en Buenos Aires fue en 1861, por lo que Matilde es de la primera generación afro nacida en una sociedad totalmente libre. Además de cómo la presenta su padre en el canto capital, en su poética se muestra negra y humilde en La cantora (“Yo soy la que en rancho pobre / he visto la luz primera”, “soy la de rostro tostado”, “hija de un gaucho valiente”, “La que aprendió la guitarra / en vez de tocar el piano”), en Recuerdos (“Quiero a mi patria con cariño santo / como al estirpe de mi raza muerta”) y, sobre todo, en La inculta poetisa.
Aunque los estudios sobre las afroargentinas son escasos, su estado del arte revela singulares logros y posicionamientos, al menos en el ámbito afroporteño (Cejas Minuet y Pieroni, 1994; Goldberg, 1998; Geler, 2008). Dada la desigual historicidad de género en perspectiva esclavista, su avance fue superior al de las argentinas blancas ya que no partieron en igualdad de condiciones. La profesionalización de Matilde debe entenderse desde el desigual posicionamiento de una afroporteña en una sociedad preponderantemente blanca, machista y elitista. Seguramente el espaldarazo de su padre le significó terreno ganado desde el inicio, pero si su caso fue único en el ámbito de la payada, no fue el primero en el artístico afroporteño. En la generación anterior hubo al menos dos antecedentes literarios: Rosario Iglesias e Ida Edelvira Rodríguez (Cirio, 2012).
El movimiento payadoresco tuvo un temprano desarrollo autónomo, pero pronto fue subsumido desde la hegemonía al movimiento tradicionalista para fraguar una identidad local de base criolla que contrarrestara la amenaza cultural del aluvión migratorio transoceánico que imaginaba el gobierno (Vega, 1981; Prieto, 1988; Solomianski, 2003 y 2011; García y Chicote, 2008; Plesch, 2008; Cirio y Cámara, 2014). La madre de todos estos problemas —y soluciones— fue la Generación del 80. Si ella ideó e instrumentó tal ingeniería de poblamiento de base blanca, pronto se desilusionó ante los resultados en curso, por lo que el criollismo debe entenderse como una contraofensiva igualmente hegemónica para paliar el daño a la identidad nacional que provocaba la migración restituyendo o, mejor dicho, reinventando tradiciones que hasta hacía poco entendía como malos ejemplos del ser nacional (Plesch, 2008: 66). En este contexto la (re)construcción del gaucho como un ser noble, gracioso, atento, poseedor de una cultura telúrica tan digna como el campo, que proporcionaba las divisas que catapultaba al país a potencia mundial, coadyuvó a consolidar la transmutación del payador de “vago y malentretenido” a alma canora del sentir patrio. Visto el panorama en perspectiva afroargentina creo entender la situación del siguiente modo: ante la disyuntiva a la que se vieron expuestos en la segunda mitad del siglo XIX —continuar con las tradiciones de matriz afro altamente desprestigiadas de cara a la empresa modernizadora y europeizante en la que estaba sumida la sociedad o suscribir a la misma—, cifraron a la gauchesca como un intersticio suigéneris para reposicionarse nacionales sin abandonar sus tradiciones, al menos aquellas que tenían algo en común con las que comenzaban a prestigiarse, como el canto con guitarra. Después de todo fue Gabino quien introdujo el payar por milonga, género del cual aún los académicos son reticentes a abordarlo en perspectiva afrocentrada, pese a relevantes testimonios tempranos.
La teoría tópica es un marco fecundo para problematizar las coordenadas de la construcción y legitimación social de la escucha, por ejemplo, en términos de identidad nacional. En esta perspectiva la música es un mecanismo interpelador para labrar un sentido común bajo el manto de la naturalidad, mas esconde un proceso hegemónico con pretensiones de imposición por lograr un nosotros nacional excluyente: “la retórica musical del nacionalismo no funciona como un sistema de inclusión sino de selección y que, al menos en el momento de la emergencia, es más lo que excluye que lo que incluye” (Plesch, 2008: 101). Los sujetos sociales tratados —la mujer y el afroargentino— se concatenan en su cualidad de destierro en el imaginario social del país: Siguiendo a Homi Bhabha (2013), la articulación del afroargentino con la payada conforma un “tercer espacio”, esto es la apertura contrahegemónica de espacios de negociación suigéneris de esa diferencia interior, pues en perspectiva hegemónica empezaban peligrosamente a pender sobre la identidad nacional. Incluso mediante operaciones de violencia física y simbólica los afroargentinos fueron minorizados, lo que producía en los estamentos de poder y gobierno una frustración por la angustia de lo incompleto en el proyecto de pureza blanca ya que en casos como este las minorías “recuerdan a las mayorías la pequeña brecha que media entre su condición de mayorías y el horizonte de un todo nacional impoluto, de una etnia nacional pura y sin tacha. [… S]on portadoras de recuerdos no deseados relativos a los actos de violencia que dieron lugar a los estados actuales” (Bhabha, 2013: 22 y 60). En esta línea entiendo a la práctica de los payadores afroargentinos como una sutil y eficaz herramienta de subversión del nuevo horizonte cultural —el criollismo— que estaba estableciéndose rápidamente, reposicionando a buena parte de los afroargentinos como criollos al cultivar una tradición compartida que, de hecho, ya venían practicando. En línea con Melanie Plesch (2008), el gaucho guitarrero/payador fue un topo en el temprano nacionalismo musical. En esta línea Matilde, como mujer, negra y payadora, se concatena a la emergencia femenina en la vida social, cultural, política y económica del país en procura de sus plenos derechos ciudadanos, históricamente privativos del mundo masculino.
De cara a la construcción del canon nacional, la crítica al valor literario de la payada por los tempranos investigadores debe reconsiderarse a la luz de enfoques actuales. Jane Tompkins (1994) problematiza el criterio de selección en las antologías nacionales. Analizando la historia de aquellas estadounidenses publicadas entre 1919 y 1962, advierte que dicho concepto fue cambiando tanto como los estándares de excelencia porque estas no se forman solas sino que son resultantes de políticas editoriales contingentes y variables atravesadas, a su vez, por contingentes y variables concepciones del ser nacional, gustos, caprichos y, por qué no, prejuicios racistas; de hecho, resulta excepcional la presencia de autores afrodescendientes en el canon literario argentino.
De momento la producción de Matilde se ciñe a las 13 obras (descartado los dos plagios) de su único folleto conocido, por lo que mi análisis es, sin duda, parcial. Su uso del español es el estándar de la época, detectando sólo dos términos del habla campera, tuitas (por todas) y mancarrón (caballo de poco valor, lento o inservible) en la Cifra, un canto jocoso en ambiente bucólico. Si bien abunda en la temática amatoria —con los consabidos estereotipos de la retórica de amor encorsetada en las formas aceptadas de la poesía romántica contemporánea— el descentramiento de la pasividad de la mujer blanca occidental suscitado al ser afrodescendiente —que Toasijé entiende central en este tipo de autoras— lo expresa en La inculta poetisa, de carácter autobiográfico. Su posicionamiento como descendiente de las afro que bregaron por la independencia es evidente y permite entender mejor aquella época en perspectiva contrahegemónica en términos de clase, raciales y de género. De este modo, la reescritura de la historia en perspectiva que atienda la participación de los sectores subalternos enriquece cromáticamente el conocimiento sobre la formación mayoritaria de los ejércitos libertadores con afrodescendientes, poniendo en evidencia la participación femenina10 .
Sin pretender un análisis retórico-tópico exhaustivo, he detectado una docena de topoi, de los cuales siete pertenecen a un gran topo, el amor humano. Ofrezco la relación de cinco de ellos, los que implican a la mayoría de su producción (la exposición es arbitraria): a). Patriotismo (Alem y La inculta poetisa); b). La autora como protagonista destacada (La cantora y La inculta poetisa); c). La amada supera a la naturaleza (La aurora y A ella); d). La guitarra para expresar penas de amor (La aurora), y e). La mujer como naturaleza (A ti, Mi lira, Recuerdos y El jilguero). El panorama trazado es elemental y deberé hallar más datos para esclarecer quién fue ella y conocer mejor su producción11 . A juzgar por el reconocimiento de otro payador en ca. 1925, infiero que esta publicación la hizo en plena carrera. Considerando el año de edición (1917), si su fotografía fuera contemporánea estamos ante una mujer de unos 25 años de edad, lo que sitúa su nacimiento hacia 1891. En ese entonces su padre tenía 33 años y era un payador consagrado. De la descendencia que tuvo con Petrona no sabemos cuándo nacieron las dos primeras hijas, Nélida y Fortuna, pero debió ser antes de 1900, pues ese año nació Argentina Petrona. Por lo tanto, Matilde debió nacer en ese contexto o poco antes de casarse él, en la última década del siglo XIX, con lo cual sería una hija natural a la que le dio el apellido.
Palabras finales
La escasa documentación sobre Matilde Ezeiza limita un análisis profundo. De momento sólo hay un folleto con las letras de 15 cantos suyos, uno de su padre reconociéndola como hija y payadora y una fotografía. Con todo, haciendo de la carencia una virtud, el conocimiento de su existencia —inadvertida hasta ahora— ha permitido avanzar algunos pasos. El problema del género aplicado al profesionalismo de la mujer y su implicancia en la construcción del canon musical argentino requiere de un abordaje integral para superar la aproximación realizada pues el tema se presta para repensar el ser nacional cruzándolo con los estudios de género.
En algunas circunstancias el apellido deviene en un diacrítico identitario que opera con fuerza reveladora en el campo social. De ahora en más en las esferas ¿concéntricas? de las identidades argentinas, del movimiento payadoresco, de los estudios de género y de la cultura afroargentina, el de Ezeiza, hasta ahora sinónimo de Payador Nacional, referencia también a una mujer payadora.