Eras niña de nardo
Eras niña de nardo y luna fría
tendida, matinal, cerca al deseo
donde —sangre y canción— mi sed ardía.
Concha en ola sin mar, aún te veo
como desnuda rosa transparente
detenida y mecida en su aleteo.
Hambre y sed me gritaron de repente
sangrando, con las manos levantadas,
los sueños que cruzaban mansamente.
Qué voz de filo azul en tus miradas!
Qué ardor en el temblor de tus sentidos!
Qué grito el de mis venas desangradas!
No los rizos del trigo al sol ardidos
sobre la torre de la frente pura
que ilumina el compás de tus latidos.
Ni el almíbar frutal de la madura
pulpa partida en dos, en sangre y nieve,
de naranja y de sol llama insegura.
Ni la sangre infantil que solo mueve
los bajeles del canto a la ribera
donde palpita el beso y no se atreve.
Solo por la encendida primavera
en donde el río del ensueño escala
los árboles de luz hasta la ojera.
Donde el dolor a la ternura iguala
y el amor como un niño se desliza
—pétalo sin raíz, vuelo sin ala—.
Por el cauce del alma a la sonrisa,
por el sendero del suspiro al llanto,
sobre los blancos hombros de la brisa,
es verdadero el corazón del canto.
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