He sido
En un silencio de barcos y de pájaros
se levantan los ojos de los campanarios
sobre el naufragio de lo verde.
Yo estoy a la orilla de la noche,
frente a las ojeras de la muerte.
Entre mi mano tiembla
el corazón del sueño
como paloma o río.
Lo lanzo al agua del recuerdo
y en círculos —de cabelleras, de paisajes,
de largas despedidas, de pupilas sin dueño,
de salones desiertos, de pianos olvidados,
de inútiles atardeceres y calles enlodadas—
llega hasta la ribera de la lágrima.
Rompo los límites
y soy yo mismo
de cristal y de fango.
Llego con un amor de sangre y fuego.
El asombro levanta mis párpados de niño
ante la torre del milagro.
Tocan las manos de mi grito
contra la roca del transcurso.
Escucho el eco de mis pasos
como un rumor del infinito.
Tiemblan los ojos del amor.
Tiemblan los labios de mi canto.
Tiembla la carne de la vida.
La resaca de la muerte
tiene presencia de mujer.
La soledad es la savia del silencio
que sube por las raíces de los hombres
hasta la rama de los gritos.
El naufragio levanta sus labios de abandono.
Pero he sido
y a veces hay auroras
que son como banderas.
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