Nada más 


 

  Me queda el alba llena
  de presencias azules
y la gota del tiempo
sobre el cristal del sueño.


   

Me queda el curvo río
donde apoya su frente
la luna mientras canta
con voz delgada y blanca.


   

Me queda una ventana
con orla de sonrisa
y miradas sembrando,
tiernas, su enredadera.


   

Y, la espiga del alma,
su dorada verdad,
queriendo ser estrella:
ya quieta claridad.


   

Con los brazos abiertos
me queda el horizonte,
y, aquella margarita
muerta con su secreto.


   

Y un amor, un amor
más alto que mi canto,
que me torna celeste
y me asciende la cálida
guitarra de la sangre.


   

Me queda esa ciudad
de campanas hundida
en mi cerrado mar,
y un dulce caracol
que me da su rumor,
hallado en esta humana
playa de las palabras.


   

Me quedan, vagamente,
la mariposa diáfana
de la luz, una tarde
limitada de música,
aquel perfil de la luna
y una voz que me nombra
cubierta de rocío.


   

el rumor cristalino
de la hora, creciendo,
surtidor hacia el frío
espacio de la muerte.


 
 
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