Regreso
Habrán de nacer un día estas palabras
—despeñadas irán persiguiendo su cauce—
atadas estuvieron al árbol de mi sangre,
detenido su arranque de pájaros y hojas.
Oír la propia música sería mi destino,
como río de América buscando sus orillas
con su pasión a cuestas y su carga de nubes
gimiendo como un toro de entraña desgarrada.
Que oiga mi voz el valle verde, la ancha llanura
dilatándose como la tormenta cercana.
Quiero romper el límite que hay en mi propia angustia
en mi alegre deseo devorante,
en el sangriento pulso de cazador que anima
mi ronco corazón ebrio del universo.
Yo había descubierto el origen del trébol,
la máquina que mueve al verde saltamonte,
la escala que recorre una gota de lluvia
y el mundo tan pequeño que ilumina la risa
donde están el suspiro, la mano, tu zapato
y hasta la rosa fétida que muere en los jarrones.
Esa era la cárcel del sueño, ardua marea,
la vida iba sonámbula derramada hacia adentro.
Minas que cava al aire, tumba de mariposas
como viaja un recuerdo, rastreando la muerte.
No. Aire he pedido para mi voz, salubre
estadio donde crecen los días. Esa fuga
tumultuosa, esa alegre pasión de la llanura.
Sentir el duro imperio de nuestros libres pechos
contra el viento seguro que baja de los montes.
La realidad tremenda de nuestros firmes pasos
hendiendo yerbas jóvenes. Y ese dócil arranque
de ciervo que ha bebido en los ríos del aire.
Aquí está nuestra tierra —continente del canto—
comarca de aves cuya rica voz cruza el cielo,
es el país poblado de ruidosas florestas.
Van caballos azules, van caballos de aroma
sobre llanuras vagas con palmeras danzando.
Cumbres de piedra ciegan la garganta del valle
donde el hombre ha de abrir caminos con su mano.
Una serpiente silba en su flauta de plumas,
los ríos le acompañan con su rumor de abismo.
Levantémonos. Vamos de la llanura al cielo
seguros, libres, ágiles, como si regresáramos
al dulce territorio después de largo exilio.
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